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Edith Stein o la Pasión por la Verdad
“Dios es la verdad. Quien busca la verdad busca a Dios, lo sepa o no” (Escritos autobiográficos y cartas, Edith Stein)
Edith Stein (1891- 1942) es una de las figuras humanas más puras y ejemplares, una de las cabezas “filosóficas” más sólidas e interesantes de su tiempo, además de personificar una las sensibilidades religiosas más atrayentes de la Iglesia de la primera mitad del siglo XX. En su itinerario vital y en su obra se simbolizan -en palabras que Juan Pablo II le dedicara con motivo de su nombramiento como copatrona de Europa en el año 1999- “los dramas de la Europa de este siglo, ejemplo inagotable de tenacidad en su trabajo por la Iglesia, teniendo siempre presente el destino de Europa”.
Estamos ante una pensadora -escribe Laura Boella– que, como Hannah Arendt y, aún con mayor proximidad, Simone Weil, “nos ofrece una vida bajo el signo de una búsqueda llevada hasta el extremo, el de la fe, con pasajes existencialmente decisivos, que asumen la forma de una elección de vida, siempre más absoluta, hasta la muerte trágica” . Como en el caso de Simone Weil y de Hannah Arendt, también la obra de Edith Stein es inseparable de los acontecimientos trágicos y luctuosos por los que atravesó Europa entre las dos grandes guerras -fascismo, totalitarismo, antisemitismo, exilio- y que marcarían la existencia de todas ellas. En su autobiografía, Edith Stein habla del “extraño recorrido en zigzag que ha seguido mi vida”, y añade: “elegir el vínculo más sólido con un solo, leve movimiento y volar como un pájaro liberado de la trampa”. Seguir someramente ese recorrido va a ser el objetivo de este microensayo.
Edith Stein nace en 1891 en Breslau, ciudad de la Silesia alemana más tarde cedida a Polonia (hoy Wroclaw). De familia hebrea de comerciantes, creyente y muy piadosa,fiel practicante y celebrante de los rituales y de las fiestas religiosas de su tradición. Era la última de once hermanos de los que cuatro murieron. Enfermiza, como atestigua su autobiografía, era la favorita de su madre por habernacido el día de la fiesta de Yom Kipur (día del Gran Perdón). Su padre había muerto repentinamente durante un viaje de negocios siendo ella muy pequeña, apenas tenía dos años. Su madre, tras la muerte del marido, tuvo que asumir la gestión del aserradero y ocuparse además de sus hijas más pequeñas (Erna y Edith).
Muy dotada intelectualmente, tras aprobar el bachillerato, Edith cursa estudios de Psicología (1911-1913) durante cuatro semestres en la Universidad de Breslau, en donde tiene como maestros a William Stern y Höniwald. Tras estos primeros estudios y atraída por la figura de Edmund Husserl -de quien ya había leído el segundo tomo de las Logische Untersuchungen (de 1901)– marcha, con 21 años, a la Universidad de Göttingen para cursar filosofía, historia y germanística. Allí entra en contacto discipular con Adolf Reinach, privatdocent de filosofía, discípulo de Husserl y judío converso al protestantismo como su maestro, y con los miembros de la Sociedad Filosófica de Göttingen -entre los cuales se encuentran Max Scheler, Roman Ingarden, Hedwige Conrad-Martius, Alexander Koyré, Dietrich Von Hildebrand, Hans T. Conrad, Johannes Hering, Abraham Geiger, Hans Lipps etc.- que profesa la fenomenología, cuyo lema o consigna zur Sache selbst (hacia las cosas mismas) será tan determinante en su formación filosófica y humana.
Adolf Reinach no sólo le descubre a Edith el sentido nuclear de la fenomenología -ese nuevo modo de enfrentarse a la realidad y percibirla en todas sus dimensiones, esa nueva mirada para la recepción de la verdad: la vuelta al objeto-, sino que le presenta a Edmund Husserl, para ella “el Maestro” por antonomasia, “el filósofo de nuestra época”. Edith tiene la oportunidad de inscribirse en un seminario que imparte sobre el concepto de Einfühlung y lo sigue con fervor y entusiasmo. Se siente “fenomenóloga nata” y confiesa que el lenguaje fenomenológico es su verdadera “lengua filosófica”.
Su otro gran maestro será Max Scheler, que aunque nunca fue discípulo de Husserl, reivindicaba la paternidad de la fenomenología. Su interés por el problema de la Einfühlung (empatía) le llevó a leer su obra Para una fenomenología y una teoría del sentimiento de empatía. Scheler -que se desplazaba con frecuencia desde Berlín para impartir conferencias- le pareció fascinante, tanto por su personalidad como por su pensamiento: “Nunca, confiesa Edith, se me ha vuelto a presentar en una persona [como en él] el puro fenómeno de la genialidad”. Peter Wust declara que en las tertulias de Max Scheler en Colonia todos recibían la impresión de hallarse como en la Academia platónica. Para Edith su obra El formalismo en la ética y la ética material de los valores influyó en la vida espiritual de aquellos años tanto como la obra de Husserl Ideas para una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. La serie de conferencias religiosas que Max Scheler dio en Göttingen suscitó un amplio movimiento de conversiones religiosas.
Edith reconoce que las ideas católicas de Max Weber, también judío converso, constituyeron “mi primer contacto con este mundo, hasta ese momento, para mí completamente desconocido”, aunque no la condujo todavía a la fe, sin embargo:
“Me abrió a una esfera de ‘fenómenos’ ante los cuales ya nunca podía pasar ciega. No en vano nos habían inculcado que debíamos tener todas las cosas ante los ojos sin prejuicios y despojarnos de toda ‘anteojera’. Las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me había educado, sin saberlo, cayeron, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí. Personas con las que trataba diariamente y a las que admiraba vivían en él. Tenían que ser, por lo menos, dignas de ser consideradas en serio. Por el momento no pasé una dedicación sistemática sobre las cuestiones de la fe. Estaba demasiado saturada de otras cosas para hacerlo. Me conformé con recoger sin resistencia las incitaciones de mi entorno, y casi sin notarlo fui transformada poco a poco”.
Al estallar la guerra de 1914, Edith abandona provisionalmente su doctorado para entrar en un lazareto de enfermos contagiosos de la Cruz Roja en un hospital austríaco, al que ella se ofreció, y que le otorgará la medalla a la valentía por sus desvelos. Allí sólo pasa un año para, a continuación, retomar su tesis, El problema de la empatía en su desarrollo histórico y en la reflexión fenomenológica. Sigue a Husserl, en Friburgo. Asiste a sus clases cuatro veces por semana, en compañía de Roman Ingarden. Al leer su tesis, Husserl se entusiasma por la brillantez de su discípula y el 3 de agosto de 1916 se presenta ante el tribunal de doctorado y obtiene la máxima mención: summa cum laude. Husserl propone su publicación en el Jahrbuch, al mismo tiempo que sus Ideas.
En 1917 es nombrada por Husserl profesora asistente en Friburgo y realiza un trabajo minucioso de clasificación de los manuscritos del maestro, que le servirán para el segundo volumen de Ideas para una fenomenología pura y para una fenomenología trascendental. La muerte en el campo de batalla (1917) de Adolf Reinach significó un golpe muy duro para ella. Tras asistir en Francfort al funeral del amigo con su esposa Ana, se conmovió con la fortaleza de espíritu de su amiga, por la estoica o cristiana serenidad con la que afrontó la muerte de su marido. Edith confesaría que allí encontró por primera vez la cruz y el poder divino que comunica a los que la llevan:
“Fue mi primer vislumbre de la Iglesia, nacida de la pasión redentora de Cristo, de su victoria sobre la mordedura de la muerte. En ese momento, mi incredulidad se derrumbó, en él el judaísmo palideció ante la aurora de Cristo, Cristo en el misterio de la cruz”.
Tras dimitir como ayudante y colaboradora de Husserl, se dedicó a ayudar a Ana Reinach en la selección y publicación de los escritos de su marido. La joven estudiante de Göttingen que, casi desde su adolescencia, se declaraba sin ambages atea, da muestras por esta época -como testifica el texto anterior- de estar sometida a una profunda metanoia existencial y de que su espíritu gravitaba ya entonces con fuerza hacia el mundo religioso. El conocimiento de las ideas de Max Scheler, las sugerencias derivadas de su ética de los valores, rica en implicaciones espirituales y, sobre todo, el encuentro con los Reinach, Adolf y Ana, su mujer -según apunta Silvie Courtine-Denamy- le han ido acercando cada vez más a los aledaños del cristianismo y de la Iglesia católica. Otras dos intensas experiencias espirituales habrían de abonar el terreno espiritual que fructificaría en su conversión. En la temprana época de sus estudios germanísticos, Edith ya se había encontrado un buen día de bruces con la versión gótica (en alemán antiguo) del Pater Noster:
“La grandeza interna de esta oración”, escribe López Quintás, “su carácter trascendente e íntimo a la par, el clima comunitario que instaura impresionaron fuertemente a la joven estudiante. Tal impresión se incrementó una mañana en la cual, tras haber pernoctado con una amiga en una granja de montaña, pudo contemplar cómo el granjero, católico practicante, rezaba con sus trabajadores y los saludaba cordialmente antes de comenzar la jornada”.
En otra ocasión, encontrándose en Francfort, acompañada de su amiga Pauline Reinach, Edith asistirá a una experiencia mucho más impresionante todavía que la conmueve profundamente:
“Entramos unos minutos en la catedral -escribe en su impresionante autobiografía– y, mientras estábamos allí en respetuoso silencio, llegó una señora con su cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar”.
Pero, sin duda, uno de los momentos decisivos para su conversión fue la lectura de la Vida de santa Teresa de Jesús, al parecer en el verano de 1921 en Bergzabern. Se hallaba Edith de visita en casa de una amiga, la fenomenóloga Hedwige Conrad-Martius, tomó al azar de la biblioteca el libro de la mística castellana: “Empecé a leer -escribe-, y fui cautivada inmediatamente, sin poder dejar de leer hasta el fin. Cuando cerré el libro, terminada la lectura me dije: Ésta es la verdad”. Al día siguiente, se apresuró a comprar en la ciudad un catecismo y un misal. Tras asistir a una misa en la parroquia, decidió recibir el bautismo. El 1 de enero de 1922 Edith se bautizaba en Espira bajo el nombre de Teresia Hedwige. Su madrina, Hedwige Conrad-Martius (de religión evangélica), recuerda aquel día con estas palabras: “lo más bello de todo era su alegría radiante, una alegría infantil”. Un mes después, el 2 febrero, recibe el sacramento de la confirmación de manos del obispo de Espira. Era su camino hacia la verdad, y se dejó poseer por ella.
Entre 1922 y 1933, la vida de Edith transcurre inmersa de lleno en su búsqueda intelectual: lectura de Santo Tomás de Aquino, Kierkegaard, Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y en la elaboración de sus obras filosóficas. Imparte clases en el Deutsches Institut de Münster, de orientación católica. Tras la llegada de Hitler al poder (1933), y antes de profesar como carmelita, Edith, a causa de su ascendencia judía, es destituida como profesora. Presiente ya la amenaza que se cierne sobre su pueblo, y sobre ella que, aunque bautizada, corre el riesgo de compartir y sufrir futuras persecuciones. Intenta que el Santo Padre le conceda una audiencia privada en la que se proponía convencerlo para que promulgase una encíclica sobre la cuestión judía. Renuncia a ello y se limita a enviarle una carta a Pío XI (1933), en la que le describe la situación de los judíos en Alemania y le expresa sus temores sobre el futuro de la Iglesia.
Tras su conversión al catolicismo, sólo había tenido una meta: entrar en el Carmelo, y ese objetivo sólo se cumplirá 12 años más tarde de su conversión. El 15 de abril de 1934, a la edad de cuarenta y dos años, Edith Stein recibe el hábito de la orden de las carmelitas descalzas de Colonia y se convierte en Teresia Bendicta de la Cruz. A partir de entonces los acontecimientos trágicos se van a suceder vertiginosamente: En enero de 1938, comienza la orgía nazi-pagana de judíos asesinados y de sinagogas incendiadas. En la primavera de 1938 Sor Benedicta de la Cruz hace profesión y toma el velo. El 21 de abril pronuncia sus votos perpetuos, sin vuelta atrás: “Lo que significa haber sido tomada para siempre por Dios”; y le escribe al filósofo Roman Ingarden: “algo así no puede expresarse con palabras”. El 9 de noviembre de 1938, tiene lugar la Kristalnach.
El 31 de diciembre de 1938, Edith Stein abandona Alemania rumbo a Holanda: es enviada junto con su hermana Rosa, al Convento de Echt donde parecen estar fuera de peligro. Sin embargo no es así: las hermanas Stein, son convocadas varias veces por la Gestapo. En una de ellas, al entrar en el despacho, Edith saluda a los pasmados oficiales con un Gelobt sei Jesús Christ! (¡Alabado sea Jesucristo!). Las obligarán a llevar la estrella amarilla. Edith aprende el holandés y sirve humildemente en el refectorio. El 9 de abril de 1939 Edith presiente que su vida peligra y redacta su testamento. A principios de 1941, la hermana carmelita Benedicta es eximida de cualquier trabajo material para que pueda terminar su última obra -bosquejada ya en 1931- La Ciencia de la Cruz, con motivo del cuarto centenario de San Juan de la Cruz.
Tras la Pastoral de protesta de los obispos de Holanda (del 11 de Julio de 1942), denunciando la deportación masiva de judíos y de católicos hebreos, los nazis responden con represalias inmediatas. El 2 de agosto de 1942 detienen a 245 conversos al catolicismo refugiados en los conventos de Holanda y con ellos a Edith y Rosa Stein. Tras breve estancia en los campos de Amersfort y de Westerbork, el 7 de agosto, Edith y su hermana son deportadas hacia Polonia, en un convoy de 987 prisioneros. Alojada en la barraca 36 del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Edith es marcada con el número de deportación 44.074. El 9 de agosto de 1942, es gaseada junto con su hermana y sus compañeros conversos. John. M. Osterreicher señala lacónica pero acertadamente: “La vida de Edith Stein no se gastó en balde en Auschwitz, sino que se realizó plenamente”: Edith Stein, mártir de Auschwitz, “hija de Israel bendecida por la Cruz”, fue beatificada por Juan Pablo II, en Colonia, el 4 de mayo de 1987, y canonizada el 11 de Octubre de 1998 en Roma, en la plaza de San Pedro, por Juan Pablo II.
Tomás Moreno
Colaboración de Francisco Acuyo Donaire, Granada
Fuente: Ancile
Cfr. Alasdair MacIntyre, Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922, traducción de Feliciana Merino Escalera, Editorial Nuevo Inicio, Granada, 2008. Se trata de uno de los mejores estudios sobre su biografía intelectual anterior a su conversión.
El 12 de Julio de 1999 el Papa Juan Pablo II declaraba -en la misa solemne que inauguraba la IIª Asamblea especial de obispos de Europa y para subrayar el gran papel que han tenido las mujeres en la historia eclesiástica y civil del continente hasta nuestros días-” como Copatronas de Europa a tres mujeres: Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), Santa Catalina de Siena y Santa Brígida de Holanda.
Laura Boella, Pensar con el corazón. Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Narcea, Madrid, 2010, p. 47.
Ibid. En una pequeña capilla del siglo XII de la catedral de Espira, un busto y un epígrafe recuerdan ese “extraño” itinerario de Edith Stein: “Judía, atea, cristiana, mártir” (I. Vigone, Introduzione al pensiero filosofico di Edith Stein, Roma, 1991).
En un seminario en Breslau sobre psicología del pensamiento Edith entró en conocimiento de las Investigaciones lógicas de Husserl. A través de su lectura descubrió un mundo nuevo: el de la búsqueda incondicional de la verdad.
Un amigo le recomendó trasladarse a Göttingen para cursar allí filosofía: “Allí, le dijo, se habla de Filosofía noche y día, en la mesa y en la calle, en todas partes” (Cfr. John Osterreicher, Siete filósofos judíos encuentran a Cristo, Aguilar, Madrid, 1961, p. 431). En efecto, en torno a Husserl se había concentrado un puñado de jóvenes filósofos: entre 1905 y 1914 en Göttingen se fraguó el esplendor de la escuela fenomenológica.
Término adoptado por Husserl a partir de los trabajos de Theodor Lipps y que designa una experiencia intrasubjetiva.
Dietrich von Hildebrand entrará en la Orden Tercera de San Francisco, Alexander Koyré y su mujer se acercarán a la Iglesia católica y, por su parte, Adolf Reinach se convertirá al protestantismo en el curso de la Primera Guerra Mundial.
Será publicada en 1922 con el título de Contribuciones para una fundamentación filosófica de la psicología y de las ciencias del espíritu”, en el tomo V del Jahrbuch.
A. López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, Ediciones Rialp, Madrid, 1990, capítulo II, Edith Stein y su ascenso a la plenitud de lo real, pp. 139-140. Es sorprendente que una experiencia similar a la de Edith en la granja de la Selva Negra, le aconteció a Simone Weil, a quien también el rezo del Padrenuestro impresionó de manera indeleble: “Había leído palabra por palabra el Pater en griego (…) la dulzura infinita de aquel texto griego me apresó de tal modo que por algunos días no podía sino recitarlo continuamente” (Apud. L. Boella, op. cit, p. 48).
“¿Qué le movió a la conversión definitiva a la fe cristiana, en cuyos aledaños se había movido largo tiempo?”, se pregunta A. López Quintás. Conviene meditar en el siguiente párrafo de su trabajo sobre “causalidad psíquica”, publicado el mismo año del bautismo: “Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, sino que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. He experimentado este estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda posibilidad de acción” (apud A. López Quintás, op. cit., pp. 141-142)
La ley nazi sobre los no arios pone fin a su carrera docente en 1933. Comienza su autobiografía Estrellas amarillas (el título original fue: Aus dem Leben einer Jüdischen Familie) con la que quiso mostrar la normalidad ciudadana de una familia hebrea.
Ibíd.., pp. 90-91 y ss. No habrá respuesta inmediata. Pío XI, el 22 de junio de 1938, le encargó al jesuita norteamericano Paul LaFarge preparar en su nombre un proyecto de encíclica sobre la unidad del género humano amenazado por teorías racistas y antisemitas.
Recordemos que Simone Weil utilizó en su caso una expresión parecida Simone Weil utilizará la misma expresión: Cristo me tomó. (Cit. en Silvie Courtine-Denamy, op. cit., p. 145).
Ibid., pp. 139-140. Otra anécdota da idea del talante valeroso de Edith: con ocasión del plebiscito a favor del Führer, no fue a votar dado que los judíos habían sido despojados de su ciudadanía; a pesar de ello, dos miembros del partido nazi vinieron para obligarla a votar. Ella les respondió: “Si estos señores le dan tanta importancia a mi “no”, puedo complacerlos”.
“Desde este momento, acepto la muerte que Dios ha previsto para mí; lo hago con alegría y con total sumisión a su Santa Voluntad (…) como expiación por el rechazo del pueblo judío a la fe, y para que el Señor sea recibido entre los suyos y que su reino llegue glorioso; por la salvación de Alemania y la paz del mundo, (…) y por todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno de ellos se pierda” (W. Herbstrhit, El verdadero rostro de Edith Stein, Encuentro, Madrid, 1990, p. 192).