Adán y Eva, Alberto Durero, 1507, Museo del Prado
Sí. Algo tan complicado y tan simple: tú, mujer.
Mujer que tiene que empezar a sentir su ser en mayúsculas. Mujer que tiene que empezar a entender en dar amor sin medida sin caer en el demasiado que te haga débil e inferior, perdonándolo todo y volviendo a caer en el hecho que te minimiza, que te hace invisible y te convierte en nada. Eres un par de la Creación. Un igual necesario e insustituible para que la vida avance y los pilares de los valores humanos sigan en pie.
De ti depende que la mentalidad amaestrada en el oscurantismo pierda su poder y te otorgue el derecho, la razón y el sitio que te corresponden por Derecho Humano. Adquirir esto no es suplantar el patrón masculino que tan erróneamente ha circulado aniquilando tu grandeza, pues virar hacia ese ideal supone caer en los mismos errores que te han acosado y perseguido.
Tú, mujer, tienes derecho a amar y a ser amada sin que ello quiera decir que, en tu entrega sin límites, el ser al que amas se considere tu dueño y te convierta en una posesión más de sus dominios. La esclavitud se abolió hace algunos siglos. El que ames no le da derecho a esa persona en quien depositas tu amor al maltrato hacia ti ni psicológico ni físico. Si esto ocurre, estás poniendo tu amor en el sitio equivocado. Cualquier persona que te haga sentirte indigna, tiene una tara en el cerebro. Nadie tiene derecho a anular la dignidad de otro ser porque donde acaba su libertad empieza la tuya.
No permitas nunca más que te anulen y te falten al respeto.
Los constructores del mundo, en la Creación, nos hicieron dos y no fue un hecho fortuito. Nos crearon en igual grandeza y nos hicieron complementarios. El que se te haya minimizado sí que es el resultado de un plan posterior de temerosos y frustrados reprimidos que te hicieron la causa de todos los males, tergiversando a conciencia la verdad.
Por fortuna, cada vez son más los hombres que entienden esta razón y cada vez más las mujeres que han tomado consciencia de su ser y caminan sin miedo, seguras de que son lo que siempre debieron ser y consecuentes con sus derechos y obligaciones. Pero faltas tú, mujer, tú que has abortado tu vida y vives presa de la incomprensión, la indignidad y el miedo.
Irás viendo aquí a muchas mujeres que buscaron su sitio y lucharon por él. Algunas lo consiguieron; otras, perdieron la vida en el intento, es verdad, pero siempre es mejor perder la vida luchando a que otro te la quite vilmente porque te tiene, de forma cobarde, acorralada en un rincón.
De ti depende, mujer. Si hay muchas cosas que dependen de ti, la principal dependencia eres tú misma y, sólo tú, de ti dependes.
A ti, mujer, y ahora, te paso un texto escrito por Héctor Abad, de Colombia, que llegó hasta mí gracias a mi amigo José Ramón Fernández Morgade, miembro del Círculo Poético Orensano:
Elogio de la mujer brava
Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.
A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.
La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).
A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.
Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.
Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.
Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento. ¡Vamos hombres, por esas mujeres bravas!
Oro porque mis 2 hijas sean de éste maravilloso grupo y encuentren hombres que sepan apreciar a esta clase de nuevas mujeres !!!
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Héctor Abad nació en Colombia en 1958 y se recibió en Literatura moderna en Italia. Regresa a Colombia en 1987 cuando un grupo paramilitar asesina a su padre (médico defensor de derechos humanos y fundador de la que ahora es la facultad de medicina), pero vuelve a Italia por amenazas recibidas. Regresa en 1993, aproximadamente, y en la actualidad reside en Bogotá.
Mara Romero Torres
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