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Las tierras de Silo
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Autora: Paloma Fernández Gomá
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Insha’Allah
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Había una vez una tierra, allá por donde despierta el sol, donde la leche y la miel se derramaban en abundancia. El agua corría por fuentes y ríos haciendo fértiles los campos y llenando de vida los días del lugar.
Aquellas tierras pertenecían a un Señor muy poderoso y en ellas vivían grupos de familias bajo el amparo y cuidado de un líder, un patriarca, que velaba por el cumplimiento de la ley, el orden y el bienestar de sus parientes según los deseos y designios del amo del lugar.
Todo cuanto había al alcance de aquellas familias era un tesoro de incalculable valor. Todo cuanto había a la vista era perfecto. Cultivaban las tierras, guardaban los rebaños y le agradecían constantemente al dueño de aquella inmensidad que les permitiera disfrutar de su abundancia. Le estaban tan agradecidos que no tardaban ni dudaban en cumplir lo que les pidiera, hasta la vida le daban si la pedía; a cambio, el Señor les daba protección, poder y riqueza.
Tan leal y fiel le era uno de aquellos patriarcas que el Señor le prometió que un día sus descendientes heredarían aquella tierra. La promesa llevaba elección y requería establecer una alianza.
Todo era perfecto… Excepto la condición humana. Y aquella tierra de promisión también se veía manchada de sangre por la ambición, la codicia, la envidia, la muerte. Tanto era así que el Señor premiaba y castigaba a sus súbditos a la par.
Con el tiempo, una hambruna asoló aquellas tierras y los descendientes de aquel patriarca que recibió la promesa, se vieron en la necesidad de irse a otro país, sin saber que un día acabarían sufriendo esclavitud y miseria. Allí vivieron durante muchos años hasta que pudieron volver a su lugar de origen con la seguridad de que iban en busca de la tierra que un día les había sido prometida. Cuando llegaron, después de huir de la tierra que los esclavizaba y de vagar años y años por un desierto extenso y desolador, tomaron aquellas tierras arrasándolas con dolor y muerte. Así, con la conquista de aquellas tierras se asentaron como herederos.
Esto quiere decir que si unos son los herederos en una tierra de muchos, otros son los desheredados. Y aquellas tierras fértiles y sagradas del principio se llenaron sin tregua de sangre sobre sangre, de dolor, de desigualdad, de injusticia, de venganza, de muerte.
Pongamos ahora que hablo de Canaán y de Silo, la ciudad sagrada de los cananeos donde, para hacer efectiva la promesa, el pueblo elegido que había entrado en ella con la espada en la mano, hizo el reparto de aquellas tierras entre los descendientes del gran patriarca y Silo, ciudad sagrada de la religión cananea, cambió de dueño. Pongamos ahora que hablo de Israel y de Palestina, dos hermanos en discordia por una herencia que dio herederos y desheredados y ha arrastrado en los tiempos de aquellas tierras estos lodos. Pongamos ahora que, aferrándose a lo escrito por siglos, «Las tierras de Silo» es en su conjunto un canto armonioso de indiscutible belleza a la memoria del origen, al recuerdo de un principio donde había unidad, armonía y agradecimiento común a la vida en la grandeza de la creación, un principio que se rompe por la fatídica condición humana que desagua en la sinrazón. Pongamos ahora el libro de Paloma Fernández Gomá en la órbita del Génesis, deshilvanando el Pentateuco, y vayamos más allá con él, vayamos al mismo libro de libros y pensemos en las consecuencias que puede tener un libro para la humanidad, la fuerza de lo escrito y su interpretación.
En las tierras de Silo hay una primera parte de naturaleza arrolladora pintada con polen, abanicada por la brisa del mediterráneo que se cuela en el hueco de las hojas y regada por agua en el «envés de los sueños».
En estas tierras, y no se debe al azar que Paloma coloque a las mujeres bíblicas en el centro del libro, la mujer fue un ente irrebatible, certero, audaz, que dejó su impronta en igualdad al hombre y fue, como él y aún más, profetisa (Débora, Abigail, Miriam, Ana, Hulda, Ester…), jueza (Débora…), matriarca (Rebeca…), heroína (Ester, Jael…) madre (Eva, Sara, Agar, Lea, Ana…), déspota (Jezabel…), viuda y autosuficiente (Noemí, Ruth…). Y junto a ellas, las calumniadas (Susana…), las vituperadas y apedreadas por quienes no estaban limpios de culpa (María Magdalena…) y tantas otras mujeres que pasaron a la historia y tantas otras que quedaron sin voz ocultas en la historia y a las que Paloma viene a reivindicar dando el trazo cierto de sus vidas y diciendo del poder y la igualdad de la mujer desde el principio de todo. Está escrito.
Y en una tierra donde el sufrimiento, la fe y la esperanza caminan de la mano, no pueden faltar los ángeles, esos seres invisibles como el viento que llegan como guías en los tiempos difíciles, dando consuelo y mostrando misericordia, para que se tenga presente y nunca se olvide que hay un poder superior que guarda y protege a cada ser humano y una tierra más hermosa aún que la tierra prometida.
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«Las noches de febrero llevan
el invierno en su costado,
dibujando ramas vacías
y deambulando por los caminos
cuando los ángeles salen
a su encuentro,
con sus cántaros de lluvia
y el alivio de sus mensajes.
La espiga no brota en invierno;
solamente arde la leña
en un viaje sin retorno.» (XVIII, pág.94)
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El conjunto de «Las tierras de Silo» es el equivalente a un ser humano formado por cuerpo: la naturaleza plena en su historia desde el más pequeño detalle; corazón: las mujeres bíblicas y con ellas la mujer de todos los tiempos; y espíritu: el aliento vital representado en los ángeles.
La tierra que es más hermosa que la tierra prometida es la tierra del amor. Esa tierra se cultiva en los corazones y se cosecha en la hermandad. No hay trozo de tierra que valga una vida. No hay vida sin amor.
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[…] las manos tendidas
sobre las jarchas hasta dilatar la palabra
en una sincronía de paz; están pendientes
de pasar revista a nuestros actos
para recordarnos la finitud de la existencia
y las consecuencias que tuvo despreciar el amor. […]» (XXII, pag. 32)
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Con versos de promesa que eligen la alianza e iluminan el camino con el esplendor de una belleza conmovedora, Paloma nos lleva en un recorrido desde el Génesis a un presente, implícito en cada poema, que aún sufre las consecuencias del pasado y nos dice en cada desgarro que hay otro camino para llegar de nuevo a los jardines del Edén abierto a este lado de los siglos. Agarrada a cada golpe de dolor que cimbrea los versos, hay una esperanza llamando a la unidad, al respeto, a la convivencia, a la igualdad. En las tierras de Silo se abrió una gran herida que nunca se cerró y que ha ido llevando a nuevas heridas que todavía siguen abiertas. Ojalá tengamos amor suficiente para poder cerrarlas. Insha’Allah… Insha’Allah.
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Gracias, Paloma, por traer las tierras de Silo desde más allá de la metáfora y del tiempo hasta un hoy que clama por el cambio tan necesario que desemboque en paz y unidad.
Gracias a ti que me lees. Hazte dueño de «Las tierras de Silo» para que entre todos hagamos que sean de todos.
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Mara Romero Torres