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Crítica: Midnight in Paris
Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 1935) es una especie en peligro de extinción, y no por su edad, que parece una broma viéndole dirigir y escribir, sino porque su cine no abunda, sigue siendo único y no encuentra sucesores. Ver una película suya supone un ejercicio diferente ante la pantalla, un paseo por un mundo propio, trazado con su fino pincel en individuos de carne y hueso, con problemas terrenales y con fantasías de las que todos queremos formar parte y disfrutamos en sueños. Cada escena está desarrollada con exquisita delicadeza, con maestría, porque todo tiene una razón, nada es casual y tampoco lo es el entorno, que influye tanto como el resto de los personajes. Para Woody Allen, Londres tiene vida propia en la sublime “Match Point”, su obra más conseguida de los últimos años, Barcelona también en la fallida “Vicky Cristina Barcelona”, con un guión bastante pobre a pesar de contar con el siempre solvente Javier Bardem, por no hablar de Nueva York, presente en tantas y tantas ocasiones como en “Manhattan”. Y ahora también París, que focaliza el argumento del último proyecto del director, o más bien la propia Historia de la ciudad y los artistas que durante un tiempo pasearon su fama por sus calles durante el siglo XX.
“Midnight in Paris”, esta última joya, se centra en la vida de un escritor norteamericano un tanto especial (Owen Wilson) que llega a París con su prometida (Rachel McAdams), y sus futuros suegros, que presumen de su alta posición social y quedan caricaturizados como clones que habitan en su propio mundo ideal y miran raro y por encima del hombro al resto de los mortales. Sin embargo el personaje de Wilson pertenece al mundo de los soñadores, al mundo de los inquietos, donde no se siente del todo cómodo en la época que le ha tocado vivir y busca aventuras con artistas famosos de una sociedad que tanto admira, ya desparecida.
Como sucede en la mayoría de las obras de Woody Allen la duración de “Midnight in Paris” no supera la hora y media y eso hace que se disfrute la historia con más atención, sin distracciones, cautivados por una realidad aparte, inhabitual, la que ha elegido el personaje de Owen Wilson, sumida en un ritmo vertiginoso, que también se agradece. Y es imposible no esbozar al menos una pequeña sonrisa al ver su entusiasmo cuando se encuentra a Picasso, Scott Fitzgerald o Hemingway, y les trata de tú a tú, en un entorno que también le pertenece.
Otra de las muchas virtudes de Allen es su obsesión por trabajar al milímetro cada personaje, dotándoles de una gran personalidad, ya sea rozando el absurdo o la inteligencia, y hacerlo con los propios actores, con un resultado que al final suele ser óptimo. Owen Wilson hace muy creíble su papel de soñador, hecho a la medida de las fantasías del propio director, y su prometida en la película, Rachel McAdams, cumple con mucha solvencia su aire de pija insoportable en cada escena. Pero hay dos actrices que se comen la pantalla, que llenan de talento cada fotograma a pesar de que sus apariciones sean breves, y que al final eclipsan a cualquiera; una es la maravillosa Kathy Bates, ganadora de un Oscar por “Misery”, y la otra Marion Cotillard, también ganadora de un Oscar por “La vida en rosa”, que no necesitan muchos minutos para dejar una firma de clase, una presencia insuperable y un saber estar que no abunda, y que se convierten en lo mejor de “Midnight in Paris”.
Woody Allen vuelve a darnos una lección, otra más, a jóvenes y mayores, de lo que es hacer cine, del bueno, con una historia trabajada, bien pulida y con coherencia (algo que no siempre ocurre) y sabe hacerlo como nadie, marcando exactamente los tiempos de las escenas, el ritmo general con una música bien elegida para cada momento, sobre todo en las postales visuales de París del principio de la película.
El regalo que cada año hace este neoyorquino a todos los aficionados de nuevo ha vuelto a funcionar. Esperemos que todavía haya muchos más.
Sergio Yuguero
“Medianoche en París”, subtitulado en español