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Crítica: The artist
Michel Hazanavicius
Volver a los inicios
Recordar las películas en blanco y negro de los años treinta, cuarenta o cincuenta puede suponer un ejercicio pesado y anticuado para algunos, o maravilloso y nostálgico para otros, pero recordar el cine mudo, obviamente también en blanco y negro, de los años veinte, significa un viaje en el tiempo más largo, a un cine muy distinto al que conocemos, lo que se traduce en una barrera aún más grande, y más teniendo en cuenta los avances tecnológicos de hoy día.
Así las cosas, volver al sistema empleado por Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd o David W. Griffith y Murnau, puede ser un homenaje a los primeros creadores, un grito en contra del olvido de los “padres” del cine, pero desde luego es un riesgo. Ajeno a que la respuesta del público fuera negativa, el director francés Michel Hazanavicius, que había realizado los largometrajes Mes Amis (1999), OSS 117: El Cairo, nido de espías (2006) y OSS 117: Perdido en Río (2009), aparece en escena con The Artist, y no tiene ningún escrúpulo en arriesgarse con una cinta muda en su totalidad, salvo escasos segundos sonoros, con un elegante blanco y negro, y con rótulos que reproducen las supuestas voces de los protagonistas. El resultado, por la crítica y los premios recibidos parece ser muy satisfactorio.
La primera virtud de The Artist es que la historia conmueve, emociona, mantiene al espectador enganchado en su butaca sin la necesidad de que hablen los actores. Sólo esos pocos rótulos son suficientes para hacer fluir la historia, porque se sigue sola a través de la expresividad de los actores, que se adaptan desde la primera escena al reto que tienen por delante y dan la impresión de que lo han hecho toda la vida. La película está protagonizada por Jean Dujardin, que recuerda al Gene Kelly de Cantando bajo la lluvia (1952), que interpreta a George Valentin, un actor de cine mudo, al que la vida le sonríe hasta la llegada del sonoro, donde la situación cambia y queda apartado de los escenarios. Junto a él, la actriz Bérénice Bejo, da vida en la película a Peppy Miller, una promesa del celuloide, que comienza a despegar gracias a la ayuda de Valentin, y que se convierte en una estrella del recién estrenado sonoro.
La decadencia de uno y la subida a los altares de la otra marcan el desarrollo de una película que sabe combinar con maestría momentos de un dramatismo bien construido, nada gratuito, con otras escenas que saben despertar una sonrisa. Y la sensación que va quedando en el paladar durante la hora y media, duración bien elegida, por cierto, es un sabor a buen cine, que podía estar firmado en la misma época que la historia representa. Tiene todos los ingredientes de aquellas cintas clásicas inolvidables, con un argumento sencillo pero con el poder de emocionar, con actores que te enamoran sólo con sus gestos y sus miradas y con secundarios de lujo que dejan su granito de arena por muy pequeño que sea su papel, como el magnífico, James Cromwell, el siempre solvente John Goodman, o la elegante Penelope Ann Miller, quizá el único personaje que se podía haber aprovechado bastante más. Y no hay que olvidar a un pequeño perrito que anda suelto siempre por toda la película y que no se limita a acompañar a su dueño, sino que se convierte en un nexo de unión importante para que las escenas fluyan y para que la mezcla de drama y comedia funcione sin chirriar, con todas las piezas bien encadenadas.
The Artist supone una sorpresa mayúscula en los tiempos donde impera la alta definición o el 3D, un experimento que podía acabar en un fracaso sin paliativos, como le ocurre al actor de la película, que no encuentra su espacio en el cine sonoro, sin embargo la sorpresa se ha convertido en un milagro, en todo un éxito porque sabe conjugar con maestría una historia que llega al espectador (está a la orden del día perder un trabajo porque los tiempos cambian), porque habla del amor, de la amistad, del respeto y del orgullo con mayúsculas entre seres humanos, y porque Hazanavicius le sabe dar un toque personal que no abunda hoy día. ¿Será el inicio de más películas mudas? Probablemente no, sólo sea una excepción, una isla perdida, aunque respetada, pero mantendrá su pureza con el tiempo, y eso ya es mucho.
Sergio Yuguero