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La fuerza de un caballo en un mundo enloquecido
Desde “El diablo sobre ruedas” (1971), ya se supo que Steven Spielberg acababa de recoger el testigo de la maestría del suspense que hasta ese momento ostentaba Alfred Hitchcock. Realizó una película sencilla, de bajo presupuesto, con el protagonismo absoluto para un camión que hacía la vida imposible a un individuo que vagaba solo por la carretera con su automóvil, sin saber que se vería en una persecución mortal. Más de 40 años después, Spielberg ha encontrado el éxito absoluto en Hollywood, se ha convertido en el director de referencia para varias generaciones al cine porque ha permitido soñar al espectador a través de historias conmovedoras, bellas, fascinantes, hasta increíbles, que no entienden de edades, razas o religiones. Tienen el poder de emocionar. Y uno de los mejores resúmenes de lo que significa el cine para Spielberg, su forma de pensar detrás de una pantalla y sus señas de identidad que quedarán para siempre, es War Horse (Caballo de batalla), basada en la novela del escritor inglés, Michael Morpurgo, que narra un drama ambientado en la Primera Guerra Mundial, donde, entre tanta barbarie, egoísmo y comportamientos inhumanos florece la amistad entre un joven y un caballo, que se convierte en el protagonista absoluto de la cinta.
Como en aquella película del director Anthony Asquith “El Rolls-Royce amarillo” (1964), donde este lujoso vehículo pasaba de mano en mano, de dueño en dueño, en diferentes momentos y lugares, también le ocurre igual a Joey, el caballo de la película, que será educado y cuidado en sus inicios por el joven Albert (Jeremy Irvine), pero que después vivirá mil y una aventuras en el frente de guerra, escondido en una casa con una niña que le adora, maltratado mientras tira de los carros de combate y se deja el alma en el esfuerzo, en medio de las trincheras… Ante tanta dificultad la leyenda del animal se hace cada vez más poderosa. Spielberg profundiza en que la vida que le ha tocado padecer a Joey es un infierno y el espectador se pone de su lado, sufriendo con él, luchando con él y huyendo con él. El dolor de los hombres alrededor de la guerra ya no es un tema nuevo y en este caso se hace secundario (a pesar de que sigue siendo igual de terrible), porque el protagonista de la historia no dispone de ningún arma, ni de ningún cañón para defenderse. Se muestra al mundo indefenso, un mundo que, salvo excepciones, no valora la lealtad, las energías y la vida de un caballo.
En “War Horse” desfilan muchas de las anteriores películas de Spielberg. El propio director se hace un homenaje, sacando lo mejor de sí mismo, porque sabe que son fórmulas que funcionan, contrastadas, que tienen como única intención agarrar los sentimientos del espectador y no soltarlos hasta el final. La relación entre el joven Albert y el caballo Joey recuerda a la maravillosa historia de “E. T., el extraterrestre” (1982); un ser indefenso que tendrá que luchar ante el peligro que supone la avaricia y la ambición de los humanos. Y las escenas de guerra de esta película, llenas de crueldad y sufrimiento ya nacieron en “La lista de Schindler” (1993), y especialmente en “Salvar al soldado Ryan” (1998), espectáculos visuales tan reales y dramáticos que a veces obligan a mirar a otro lado.
Spielberg no engaña a nadie. Este es su cine: fantástico, fascinante y mágico por un lado, con un argumento imposible de creer, más propio de un cuento en el que todo vale, pero muy válido por lo bien que está narrado y por las emociones que despierta; igual que sabe ser real, duro y creíble, dando rienda suelta al lado más salvaje y horrendo del hombre en el campo de batalla, sin excusas o segundas lecturas. El conjunto entero llega al corazón, hace soltar una lágrima ya sea de pena o felicidad, con la armonía de la música de John Williams de fondo, que hace aumentar aún más el grado de precisión, talento y belleza.
Steven Spielberg no aporta nada nuevo a su filmografía o al cine. No necesita hacerlo, su estilo clásico, con pinceladas de Hitchcock, Capra o Ford le ha funcionado siempre y nunca ha querido cambiar. Si alguien quiere experimentar, que lo intente, pero que no cuenten con él.
Sergio Yuguero