Marcel Socías Montofré, Chile

Marcel Socías Montofré, nació en Santiago de Chile el 19 de febrero de 1969. Periodista y Licenciado en Comunicación Social de la Universidad de Chile. Se ha desempeñado como Director del Diario La Hora, además de académico de las Universidades Central y de Las Américas. También ejerció como ghostwriter para Editorial Santillana en Santiago de Chile, corresponsal en España para Revista Cosas, autor de la obra de teatro “¿Quién mató a Gaete?”, libretista de radioteatro para Radio Universo, guionista para Televisión Nacional de Chile y corresponsal de la Agencia Alemana de Prensa (DPA). Incluye entre sus escritos una serie de reportajes –en calidad de corresponsal extranjero- en Diario La Nación respecto de la realidad económica-social de Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Guatemala (Crónicas en Viaje). Además se ha desempeñado como periodista del Diario La Nación (experiencia laboral en secciones Deportes, Crónica, Política, Espectáculos y Temas Emergentes). Previamente ejerció como corresponsal Agencia UPI y periodista Radio Nuevo Mundo.

Publicaciones:

Selección de los mejores cuentos de verano en Diario La Nación (de Santiago de Chile)

Serie de reportajes sobre la vida y obra de Pablo Neruda en Diario Página 12 de Buenos Aires, Argentina.

Ganador del concurso de cuentos breves de la Universidad Central de Chile.

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Selección de su obra en prosa

Cada vez que nos encontramos en Facebook…

Prometeo robó el fuego de los dioses y se lo entregó a los mortales para que así se librasen del mundo de las tinieblas y hallasen la sabiduría. Como venganza, los dioses castigaron a Prometeo encadenándolo a una roca mientras un águila le devoraba el hígado… jodida sentencia que bien le importa un bledo al escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez…

(Lectura recomendada, por cierto…).

Desde entonces la aspiración del ser humano ha sido el poseer el fuego para que se disipen las tinieblas que una y otra vez nos envuelven. Más, el palimpsesto ha sido y es, una y otra vez, saber dónde se halla el fuego, vislumbrar aunque sea una pequeña línea humeante levantándose como escalera más allá de las nubes… al menos una hoguera que se enciende cada vez que nos encontramos y nos leemos en la pantalla del computador…

Y en ese camino jugamos con las palabras, creamos relatos, construimos historias ciertas y otras anheladas, fabricamos cuentos e incluso nos atrevemos a pintar versos sobre las paredes de nuestra ciudad tan inclinada, hoy por hoy, a bailar un triste bolero político…

Y somos insolentes porque nos atrevemos a decir que no, nos negamos a ser bufones que miran el fuego sin riesgo de hundirse en su calor, no nos dejamos fascinar por las llamas, ni siquiera por las chispas de cierta lucidez informativa (para qué decir periodística) que no es tal…

Porque siempre nos quedará, como dijo aquel poeta, la palabra…

– Porque usted, sí, usted, que no tiene nada… al menos tiene la imaginación, la capacidad de soñar… no para huir a un paraíso artificial de papel couché o bella imagen de salvadores tras la pantalla, sino para construir su propia Itaca, aún en esta víspera de viejo domingo que le parece tan triste y desolador…

Por eso nunca será bueno renunciar a la belleza salvaje de la palabra, a la seducción de crear un verso, a hablar, con tono embriagado y mente lúcida, de este mundo que vivimos, en el que seguiremos buscando, como Prometeo, robar a los dioses el fuego de la sabiduría… al menos de la sinceridad escrita en su muro de Facebook…

Por eso hundimos nuestras manos de labriegos de la palabra en cuerpos vivos, en pieles que sienten, en voces que cantan y disfrutan de orgasmos. No renunciamos… no renunciamos… aunque sí nos negamos a ser productos de noticias inermes, aquellas que venden su ética vacía en el escaparate de cualquier diario o revista de moda…

En fin, así escribimos… sabiendo que, mientras al fondo de una terrible soledad los serviles circulan en sus automóviles que no tienen primera de cambio (mucho menos reversa), ciertos poetas, novelistas y hasta humildes narradores de su propio Facebook pasean por las calles inventadas de una ciudad que muy pronto podría existir…

Tan sólo depende de nuestros dedos dulcemente hundidos en el preciso y precioso fuego de Prometeo…

Gracias por vuestras palabras, mis amigas… mis amigos…

* * *

Fragmentos visuales de Santiago de Chile…

¿Cómo explicarte? Tan sólo te recomiendo no caminar por los adoquines de siglos pasados, mira que puede remojarse tu espléndida percepción de poeta con las transparencias ambientales o los carteles de números grandes en los moteles a malvenir. Tampoco pienses en dirigir tu brújula hacia el poniente, bajando por aquellas veredas que algunas vez conocieron otros trajes y otras formas de caer la noche, muy distinta a aquellos que ignoran la hermosa presencia de los balcones de marfil y las gárgolas en la Basílica de El Salvador.

Es mejor que busques otras formas de caminar hacia el encendido de los faroles, hacia la Plaza Brasil en que dan vueltas las bicicletas de aquellos que a futuro se dedicarán también a mirar a los que dan vueltas en bicicleta… sabios de tanto ser simples.

Si tanto insistes te recomiendo entonces buscar en tus bolsillos algunas monedas para los antiguos bares de calle Catedral o calle Compañía, con sus mesones de roble antiguo y sus techos a puntos de visitar el suelo. Allí puedes encontrar las cervezas tibias o los baños empapelados por las declaraciones políticas y hasta emocionales de los que quisieron ser y no fueron…

Allí también puedes apoyar tus codos en los manteles de plástico con flores arrancadas por el paño sucio de la mesera, por los cientos de minutos en que el trago fue del vaso a la garganta y de la garganta a la buena fraternidad… de aquellos que se han ganado el derecho y las llaves de ciudad para llamarse cronopios…

Y si aún no has vaciado tus bolsillos todavía tienes tiempo para seguir bajando hacia la calle Maipú, donde más de un moribundo social todavía escucha la canción Un Café para Platón mirando tras la vitrina del restorán a las viejas putas que caminan a tiempo completo a cambio de lo que venga y de lo que ya nunca vendrá… tan pacientes ellas, tan abuelas de deseos donde el futuro se mira para atrás, donde la vida se escapa apoyada en un bastón, como manadas de todos aquellos, de todos nosotros, que todavía cantamos “todo tiempo pasado fue mejor”… aunque no seamos más que siluetas transparentes.

Y puedes dejar tranquilo a Dios en esas veredas, mira que El descansaba en su séptimo día mientras la porfiada natura le fue metiendo goles de tercera división con las ampolletas quemadas de aquellos barrios, lo vagabundos, los cité, los volantines atrapados en el tendido eléctrico y cuanto paisaje nos viene entre la Autopista Central que alguna vez fue la orilla de nuestra querida plaza Santa Ana y una barca donde elevar anclas como buen Colón porfiando con que todavía tenemos huevos –aunque quebrados, pero no mutilados- para seguir buscando el Nuevo Mundo que tanto nos afana y nos une…

* * *

Los archipiélagos de las redes sociales

Sentir que somos la misma tribu enviando señales de humo de una isla a otra. Cada uno con un bote a la mano, pero sin poder salir de nuestra isla. El miedo a salir… las emociones contenidas. Una tribu que ha tenido su diáspora quizás cuándo, pero que en alguna calle, en alguna ciudad, se encuentra para encender nuevamente las señales de humo. Sólo basta mirar a los ojos del otro para saber cuánto le gustaría atreverse a usar el bote dispuesto en la orilla de nuestras islas…

P.D. Por eso teníamos que encontrarnos…

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Seamos breves…

Sus miradas se cruzaron apenas ella se subió al autobús. De relámpago él sintió que era amor a primera vista. Fantaseó, entonces, con dirigirle la palabra, luego invitarla a salir, besos furtivos, una cama de hotel, compromiso y altares, varios hijos, las cuentas por pagar, el seguro obligatorio, las goteras en el techo, las primeras canas, los nietos, la incontinencia urinaria, en meneo de lengua, las camas separadas por la edad y… y, nada, cuando llegó a imaginar las flores que ella le llevaría al cementerio… se bajó relámpago del autobús…

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En Domingo

¿Sabes lo que es un domingo, hermano, un domingo de nichos blancos… sin intenciones de lunes ni recuerdos de sábado? Así comienza el día en que de apoco vas sintiendo que la vida se te ha detenido, hermano, que a fines de agosto el calendario perdió una de sus páginas. Y así estás cuando suenan las campanas de la iglesia y te baja una angustia de santos, un recuerdo que aquellas infancias en el colegio de jesuitas y su capilla de velas electrónicas. Como otros y lejanos domingos del peinado a la gomina con que mamá te perpetuaba la partidura del medio. Otros domingos en que estirabas tu lengua crédula para recibir el cuerpo de un Dios que no conocías, hermano, pero cuyo castigo ya te habían archivado en la santa memoria que luego convertirías en el oficio de la culpa…

Y así te iban alimentando de ser y deber ser, hermano, con helados de cono y el encono de tener que soportar asados familiares a la parilla y nada que hacer porque era domingo y el calor de mierda calentaba las horas y las tornaba lánguidas. Entonces no quedaba más alternativa que viajar a la playa, hermano, y tirarse sobre la arena a ver cómo las piernas se distanciaban cada vez más del suelo y ya asomaban algunas espinillas en el rostro que maldecías frente al espejo porque comenzaba el tiempo en que la playa era más que mar y rocas negras, hermano, era la muchacha de trenzas y vestido blanco con círculos rojos y comiéndose las uñas cada vez que te veía entre los churros con azúcar flor y la puesta de sol. Era unos años más tarde cuando ella dejó de comerse las uñas y de pronto sintió una bienvenida de sangre entre sus piernas, un cerrar los ojos mientras tu mano inquieta y nerviosa luchaba contra su sostén hasta encontrar el seno íntimo de la anunciada pubertad con que las muñecas y el saltar la cuerda eran juegos que se despedían en beneficio de otro conspicuo sentido de abrazar el deseo lúdico que no siempre termina en un, dos, tres, ¡por ti…!

Aquello era domingo, hermano, como lo fue también el día en que el mismo seno ínfimo fue creciendo de leche y pezón nonato hasta descubrir que mucho antes de los nueve meses no llegó nadie hasta la playa y que ello sería suficiente motivo para engrosar la lista de chismes con que el vecindario soportaba las temperaturas de domingo, hermano, repitiendo los rumores malparidos una y otra vez hasta la hora de los velorios en que todos terminan por ser santos…

Eso también era domingo, hermano, como en la casa de la abuela donde comías uvas verdes hasta la diarrea y las agüitas de ruda que jamás te gustaron pero que bien sabías escupir en la bacinica debajo de la cama, aunque tuvieras la panza a punto de explotar y no sirvieran de nada tus puteadas por el dolor de estómago y por un mundo que años más tarde terminó por gustarte, o resignarte por lo menos, para que descubrieras que comprar una casa que hipotecó tu vida no estaba del todo mal y que el aliento que despertaba a tu lado por las mañanas era tu mujer ante Dios y los hombres y los hijos que vinieron a presenciar tu nacimiento de canas y arrugas paseando por el parque los días feriados, con los primeros nietos y el eterno retorno fantasmal de los años mozos en que todavía se lastimaban tus huesos de tanto montar buses, aviones, trenes y a cuanta mujer que por semanas –y a veces hasta meses- guardó tu lengua entre el cuello y los tobillos, hasta que se te comenzó a nostalgiar la mirada y las ganas de regresar a tus calles de infancia donde nunca fue posible regresar porque no era cierta más que en la arquitectura de un cuerpo donde terminaron por dolerte las distancias irreductibles de la rutina…

Así también era domingo, hermano, como la fecha en que ya no fue posible recordar el día de tu nacimiento y las velas fueron demasiadas para una torta de chocolate que el médico te prohibió comer porque la diabetes y porque los dientes ya no respondían más que para un lamentable menear la lengua que tanto te humillaba, pero que aprendiste a sobrellevar para la risa de tus últimos nietos que no lograban entender que aquel pequeño bebé desnudo en los daguerrotipos pudo ser un abuelo como tú, hermano, tan sentado en su banco de faroles y plaza y migas de pan engordando palomas que no por eso dejaban de cagar tu adiós de cabellos y temblor en las manos a la hora de escribir el post Morten de tus pertenencias, hermano, las mismas que los buitres de siempre llevaron hasta el tacho de la basura, aunque por lo menos se salvó la medalla de honor de un concurso que nadie pudo luego recordar, pero que bien sirvió para tu leyenda de buen padre y pobre soledad que ahora se va empolvando en tu traje de mármol, con las flores que sólo yo y unos pocos cuantos nos atrevemos a cargar para este eterno domingo, hermano, esperando el día en que por fin sea lunes y descanses en paz en el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo… amén.

* * *

Ni héroes ni mancos

Sí, ya sé: inexorablemente no somos héroes, pero estamos vivos… y vaya que hoy por hoy es un acto heroico abrir la puerta y dejarse llevar por la vida como quien vuela en alas delta, sintiendo la brisa que nos llena el rostro de calles, cuerpos, miradas y nuevas presencias que aún no conocemos, pero que siempre -al menos, o más- son una oportunidad de despojarnos de nuestra memoria tan almanaque y celadora, tan añeja con su ojo en la nuca, y entonces, sólo entonces, aceptar en pleno vuelo que todavía es posible decir mañana… decir mañana sin agenda ni cédula de idéntica identidad a la mano de quien por tanto recordar corre el riesgo de quedar manco.

Pues por eso no soy héroe, pero feliz de que mis dos manos sigan escribiendo.

P.D. Después de todo, no somos nosotros los que inventamos, sino la hermosa conspiración del azar la que cada día nos enamora y nos inventa con la maravillosa oportunidad de perdonar y perdonarse, con la sabia convicción de que un gran corazón se llena con tan poco.

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Renunciar

Renunciar a todas las fuerzas, incluso a la fuerza de gravedad. Tal vez así, sólo así, será posible comprender que la vida no es más que el comentario de otra sensación y presencia, aquella que tal vez no alcanzamos a comprender, pero que está allí, al alcance del salto que no damos por temor a tantas fuerzas propias y ajenas que nos intimidan a creer que volar no sólo es un concepto necesario de plumas y certezas.

P.D. Por Dios, ¡qué esmero de la gente de aferrarse a la rutina y su suelo, cuando hay tanto cielo disponible. ¡Al menos otro peldaño en la escalera!

Después de todo, amar no es más que el juego de uno con apariencia de dos.

Bienvenido sea, entonces, multiplicar. A fin de cuentas, la máxima posibilidad de decir mañana es lo que pueda inventarse hoy en alegre optimismo.

¿Por el pasado?, pues, lo siento, no hay nada que hacer…

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Consecuencias monterrosas de la lectura

Y cuando el dinosaurio despertó, sus ojos todavía estaban allí… con el espanto de haber llegado al borde inferior de la última página del libro… en aquella advertencia donde maldijo leer “continuará…”.

* * *

Y las alegorías pasan por Santiago de Chile…

Luam limpió el vidrio de sus gafas y volvió a mirar. La polilla seguía allí. Le costaba al viejo entender la porfiada decisión del bicho. “Un par de horas puede ser… pero tres semanas es para comenzar a preocuparse”, pensó.

Lo había intentado todo, desde subir el volumen de la radio hasta aguantar la respiración. Pero la polilla no se movió. Después de encender y apagar la luz cientos de veces, Luam decidió que lo mejor era sentarse a esperar. Eso fue al vigésimo segundo día. Al siguiente ya le estaba doliendo la espalda y le molestaba que los vecinos –y sobre todo las vecinas- vinieran a preguntarle si acaso le pasaba algo.

La gordita del cuarto piso era la que más llamaba a su puerta. Ya ni siquiera se tomaba el trabajo de inventar una excusa. Nada más asomaba su cara redonda como un durazno y sin mirarlo a los ojos le daba las buenas tardes abarcando toda la habitación con su mirada.

La mañana del vigésimo cuarto día la gordita apareció con un pastel de papas y no se marchó hasta que Luam le dijo que podía quedarse a vivir si lo deseaba… Para ella fue un insulto, pero el anciano no tuvo la intención de ser irónico. Si le dijo eso fue porque así lo sentía.

Tampoco hubo suerte con la joven del segundo piso. Durante algunos días prolongaron los encuentros de naipes, pero Luam terminó por decirle que si se dejaba ganar con tanta facilidad no tenía sentido que siguiera viniendo. No le importó que la joven lo tildara de loco. Al viejo no le gustaba la lástima, menos cuando se la ofrecían a él…

Cuando descubrió que los golpes a la puerta le eran por completo indiferentes, Luam acercó su mecedora a la ventana y desde allí continuó con su vigilia…

la polilla seguía inmóvil.

La gordita del cuarto piso fue a denunciarlo con la policía. Para ella resultaba demasiado sospechoso que el viejo no quisiera salir de su departamento.

Luam sólo se preocupó de comprobar que las credenciales fueran auténticas y luego regresó a su mecedora. Los policías revisaron debajo de la cama y en una vieja maleta sobre el ropero antes de aceptar que todo estaba en orden… no cerraron la puerta al marcharse.

Al cumplirse un mes Luam se levantó de la mecedora. La acercó hasta la ampolleta y acercó su rostro a la polilla. Con el poco de ánimo y fuerza que aún guardaba en su cuerpo sopló lo más fuerte que pudo. La polilla fue a dar al suelo dejando en el aire una pequeña nube de polvo plateado…

Así es la vida…”, pensó Luam. Luego regresó con su mecedora hasta la ventana y miró hacia la calle siguiendo con sus ojos el paso cansino de los peatones…

Sintió, entonces, una suave brisa que comenzaba a soplar desde ninguna parte…

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Carta desde el séptimo día en Santiago de Chile

Hay tipos que se sientan en su domingo de noticias en el diario y sillón de necrópolis, Ricardo, su domingo de series americanas en televisión, falopiando hastío hasta que les duele la nariz. Domingos de peruanos en la plaza de armas de Santiago de Chile, de inmigrantes peruanos como huestes ilegales de nuestra globalización subdesarrollada. Domingos de cometas en el Parque Forestal, de manzanas confitadas a cien pesos, helados a cien pesos y amantes a cien besos. Domingos de los que escapan al puerto de Valparaíso por la ruta 68, o los que se quedan de vogeur en la ciudad, escandalizados por los gay que andan de pesca en el cerro Santa Lucía. Domingos santos después de misa en la Catedral. Domingos embriagados de los que van por el amanecer al Mercado Central, de los mariscos, el salmón al horno, las almejas con queso, las aceitunas verdes, las gordas y ácidas, las pequeñas y dulces. Divinas aceitunas. Domingos con vista a la cordillera de Los Andes, con las nubes como panza de burro gris, o el cielo azul desteñido por el smog. Domingos de compras en el supermercado, de ofertas a tres por el precio de uno, degustaciones, la mujer con minifalda, el huevón que la mira, la gorda que nos ocupa la fila, el calvito que nos vigila con su delantal blanco, las cajeras con ojeras, el flaco con las botellas de cerveza pa’ la resaca, el guardia del supermercado, las manzanas frescas, las uvas, las sandías sin calar, los ajos, el vino y las cebollas para la ensalada a la chilena y el asado…

Domingos tirando la basura en la vieja calle Cienfuegos, desde balcones con calcetines recién lavados, calzones destronados, loft y conventillos bajando por calle Santo Domingo, pasando por la Plaza Brasil, la clemencia de las palomas por los viejos que les tiran migas de pan, el policía en su día libre que se acuesta con la empleada en la hierba del Parque O´Higgins, el suicida que se lanza con su poema de Rimbaud al río Mapocho, el loco que se fuma un canuto en la plaza del Roto Chileno, la chica que le pasa el papelillo, el compadre que le pide la colita del canuto, la cola del diablo por calle San Diego, el piantado, el chanta, el cafiche, la feria de libros usados, la ropa americana tomando por calle Bandera, el clocharde chileno que nos pide unas monedas, al menos la mirada, su aliento a vino, los esqueletos de hierro tendidos sobre el Río Mapocho, la pérgola de Avenida la Paz, cerca del cementerio y el hospital psiquiátrico, los que pasean en bicicleta por el Parque de Los Reyes, los que se aman para siempre dibujando corazones en los almendros, los corazones rotos, las miradas rotas, los grifos amarillos, el Puente del Arzobispo, los punkies, los trasch, los ex militantes de las Juventudes Comunistas sentados y derrotados sobre la vereda, vendiendo artesanías y al Che Guevara en afiches, o a Salvador Allende en fotografías color sepia, a todos los que el libre mercado enterró en pergaminos de quinientos pesos, bien censurados en el diario que lee el tipo en su sillón de domingo y necrópolis, con la ventana cerrada, sin saber que afuera es domingo, bendito domingo en Santiago de Chile, inocente domingo que pasa por nuestras narices y que logramos atrapar cuando ya no lo tenemos, cuando se ha ido lejos, cuando nos hemos ido lejos. Una putada, ¿no?

Ese domingo es nuestro derecho a ciudadanía, Ricardo, nuestras llaves de la ciudad. Porque sabemos por dónde abrirlo, sabemos dónde están los bares de última hora, las panaderías para el hambre del amanecer, embriagados y de regreso a casa en el Metro, de la línea Uno a la Cinco, de la estación Neptuno a los andenes de la estación Cal y Canto. Son nuestros domingos, como en ninguna parte del mundo. Los domingos que llevamos a cuestas, pegados como costras en la rodilla. Domingos que se instalan como gafas cuando tratamos de conocer Buenos Aires, cuando cruzamos del Obelisco a la peatonal de Florida. Domingos en nuestra maleta, doblados junto a la camisa que se agita en el ferry a Montevideo, calmados como el Río de La Plata, blancos como los veleros de Puerto Madero, antiguos como San Telmo, dormidos en la Costanera, bebidos en La Boca. Domingos de Dios y de Maradona, de sabor a mate, a Borges y Fontanarrosa, con pastas y bifes, con las ruinas musicalizadas por el tango y Charly García, cerca de las villas miserias y los disparos nocturnos en Morón, suaves en los senos de alguna porteña, solitarios en un boliche medio desvencijado de Quintino Bocayuba y Belgrano, con la Obertura 1812 de Tchaikovsky, mirando las últimas estrellas de la noche, esos puntitos que se han extinguido hace miles de años, aunque todavía nos llega su luz, igual que los detritus que dejan nuestros cuerpos por donde pasamos, un atisbo de humedad, minúsculas gotas de alma, escombros que barre el olvido.

Trozos de domingos caminando por La Recoleta, volando sobre la Nueve de Julio, en la terminal de Retiro, camino a Palermo, a casa de Marcelo. Domingos de tartas y Telefé. Domingo en la Plaza de Mayo. Y mayo de otros domingos más antiguos y peruanos que alguna vez compartí con Antonia en Lima, hace siglos, en el Jirón de la Unión. Domingos de Chacaritas y San Isidro, cruzando el Rimac hacia Miraflores, los viejos buses por el desierto, el cuerpo tibio de Antonia, el agua en su cuello, la tormenta de arena, la casi guerra contra Ecuador en 1995, los fusiles en la ciudad peruana de Aguas Verdes, los plátanos en la ciudad ecuatoriana de Esmeralda, las escaleras de Quito, el autobús donde seguimos viaje, la frontera con Colombia, el miedo en Cali, el hotel en Bogatá, el amor húmedo navegando por el mar Caribe, la pobreza de los negros en Ciudad Colón, el Canal de Panamá. Domingos tan lejos de Chile, con postales a la familia en San José de Costa Rica, la Plaza Artigas, los volcanes de Nicaragua, el monumento a Sandino, las tortas de maíz en Honduras, nuestro aniversario en la playa de Tela, las ruinas mayas de Copán, las trenzas de Antonia, ella tan mujer a pesar de la bronca que se respira en El Salvador. Domingos hermosos, domingos de bitácora. Pero también los domingos para el olvido en Brasil, los presagios de tormenta en Florianópolis, los naufragios en Camboriú. Domingos para una misa de réquiem cuando descubrimos que en ninguna parte de América Latina había detritus de amor.

Así también hoy es domingo en Buenos Aires, Ricardo, miro atrás y veo tantos nombres, tantas ciudades, tantos domingos. Pero sólo en este séptimo día me quedo atrapado. Sin camisa de once balas, pero con camisa de fuerza. Tan cerca de estar demasiado lejos. Domingo en que me quiebro y me traiciono. Domingo de cobardes, con un ojo en la nuca y ciego de frente. Bajo los brazos y digo basta. Estoy cansado. Cierro la trinchera. Olvido mi cuerpo en algún país imposible, porque ya no se puede volver. Trazo la línea de la locura y la cruzo sin mapa a la mano. Invento un cuento, un guión para Kafka. El tipo que se sienta en su domingo de noticias en los diarios y sillón de necrópolis. El marino que ya no puede guiarse por las noches, porque de golpe supo que las estrellas no eran más que luces de soles muertos. Un pozo de vacío en proa.

Domingo tan perdido como Colón en un nuevo mundo del que nunca se enteró. Muriendo en la miseria antes de que Américo Vespucio nos avise el nuevo continente. The End. Se terminó la función con la cagada de democracia que tenemos en la capital de Chile, en la capital de Cuba, en la capital de La Habana y en tantos capitales delitos de corrupción y olvido que nos conquistan a diario en América Latina. ¿Qué más decir? Tal vez mañana sea lunes… tal vez mañana cante Gardel.

Vaya este domingo que no avanza, Ricardo. Este domingo tan parecido al presente y al futuro. Ojalá sólo fuera poesía, pero debo advertir que no lo es. Los días pasan y la puerta se va cerrando. Se cierran las puertas y el ánimo recibe un portazo. El punto sin retorno. Incluso entran ganas de reírse, de putear a Dios si es que se le ocurre existir alguna vez. De decirle: oye, huevón, estoy cansado, anda a cargar con otro. Pero el muy gil es medio sordo. Y uno también es medio sordo. En realidad, uno escucha con efecto retroactivo, cuando de poco sirve escuchar, cuando ya todo es domingo y morirse un poquito.

En fin. Al menos puedo decir que mi vida no ha sido aburrida, ¿no? Algo para contar a los nietos y cuando llegue la hora sentar mi ancianidad en alguna plaza perdida recordando que la vida no es tan larga y que al igual que ustedes, los de Nahuelbuta, fue mejor sentarse en un tren de partida que en un banco de plaza a leer el diario donde encontramos las noticias como migajas de un mundo que pudo ser y no fue…Qué sé yo, Ricardo. Eso es todo… por ahora…

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Enlace a su web

montofre.wordpress

Su poesía en Arte Fénix

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Marcel nos reserva una sorpresa que muy pronto daremos a conocer como primicia en Arte Fénix


El espacio de prosa te abre las puertas de par en par, Marcel. ¡Bienvenido a Arte Fénix!


Mara Romero Torres



4 comentarios
  1. Leslie

    Que bueno es verte bien.
    Un saludo muy afectuoso.

  2. Marcel tu hija orgullosa de ti

  3. Camila Diaz

    Hola Marcel, te escribo porque encontré un extracto de una de tus publicaciones en el diario ‘La nación’, en el que hablas sobre Villa Grimaldi… quede maravillada con lo que escribiste, al punto que pienso incluir parte de este en mi tesis…. obviamente citando como corresponde.
    soy pasante de la Villa y futura profesora de filosofía. simplemente quería comentarte lo grato que fue para mi leer esas lineas.
    Saludos cordiales
    Camila Díaz Parraguez.

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