Manuel Mejía
Donde el enano
U UNO
– Siga usted todo derecho por ese camino de piedras. Cuando vea la estación de gasolina, antecitos de llegar a Paracanamoná, al comenzar el pavimento, vire a la izquierda, y, ahí, pregunte por el enano.
Quedamos un poco confundidos con Adriana con el cuento de preguntar por el enano, pero definitivamente no había pierde. Así tenía que ser. En la Fachantoná nos dijeron y explicaron claramante cómo llegar a las clases de inglés.
– Es un poco lejos, pero llegas seguro a lo de las clases de inglés, nos dijeron. Como mucho, con algo de trancón o amago de aguacero, te puedes demorar en llegar dos horas.
Es más, en los avisos de la prensa, y en el aviso de las revistas, y en los volantes de propaganda adheridos a los postes de la luz, decía como llegar a la escuela de inglés. Era imposible perderse, porque el plano era muy claro. El plano indicaba, con flechitas que te guían, que te salías de la carretera principal por la que lleva a Sónsoles y, de ahí, tomas una de arena y piedrecitas por un poco de tiempo, donde se topa uno, otra vez, con una carretera pavimentada a lo maluco, no pavimentada como las autopistas, sino un poco peor, pero pavimentada de todas formas. Ahí, nos dijeron, no había avisos de la school, con indicaciones o señales, ni un aviso grande que dijera school cuando llegabas finalmente. Pero se llegaba fácil porqeu se llegaba finalmente, a pesar de lo pequeño de la casa y lo atravesado del camino.
Y había un aviso del periódico donde te decía que por internet te indicaban cómo llegar, y si era una cosa de El Gringo tenía que ser así, porque ellos saben de todos esos asuntos de internet, y ese aparato lo que fuera te explicaba gracias a un computador que desde el vehículo decía la forma adecuada para llegar, con una voz sonora que sale, me imagino, de los parlantes, porque no hay más de dónde, con uno de esos tonos melodiosos de las señoritas en los grandes almacenes o en los aeropuertos cuando se pierden los niños, que de forma pausada y sosegada te indican las cosas, y la voz en el automóvil como que hace las veces de un copiloto que no está, pero que sí está, porque lo oyes y te corrige, pero que no lo ves y al mismo tiempo no puedes culpar de los errores. O sí lo puedes culpar, y quedas más tranquilo. Pero dicen que no se equivoca. Los que saben de computadoras dicen que no se equivocan, que son infalibles y, que si tienes que ir a la última calle de la China o de Madagascar, donde sea que tengas que ir, la vocecita te indica la forma más adecuada y rápida de llegar. Y te lleva. Yo no me lo puedo creer. Adriana dice que es pura mentira de los americanos, que te engañan con cuentos para que les compres el aparato. Es increíble. De todas formas, como el auto nuestro no tiene de esos computadores, pues tocó guiarnos por los planos y por lo que nos dijeron los amigos.
«Aprenda usted inglés en diez lecciones con nuestro método de inmersión total, o si no le devolvemos el dinero», decía la propaganda con la foto de un fachantonés hablando cordialmente, imaginamos, por la pose de sus manos, y con total soltura, por la forma de su cuerpo, con un inglés, o americano será, en una de esas ciudades de allá arriba llena de puentes y de luces y de edificios grandes y altos y con gentes contentas.
Y llegaron de todas partes todo tipo de personas y amigos y no amigos, que daban cuenta de qué forma y manera tan espléndida, -mire usted, decían,- hemos aprendido inglés, y te lo expresaban natural y graciosamente unas hermosas frases que no entendías por lo bien dichas que estaban, tal vez, y te preguntabas de verdad si lo que estabas oyendo era inglés americano o inglés inglés, de ese inglés de verdad, de Inglaterra, tan especial, porque de lo bien que se oía, no lograbas identificar si era inglés original o no lo era.
Uno, que no sabe inglés, estaba maravillado. También Adriana estaba encantada, y decía, como si supiera, que…»
(Fragmento de uno de los cuentos del libro Relatos y demencias. Trece cuentos tristes y un relato con moraleja, publicada en el 2010 en la editorial Bubok)
Otras Obras de Manuel Mejía:
Y no volvió, publicada en el 2004 en la editorial Alfaguara.
Serpentinas tricolores, publicada en el 2008 en la editorial La otra orilla. Novela finalista del prestigioso premio Herralde de novela (Anagrama) en 2006.
Algunas opiniones de la crítica
Sobre Y no volvió:
» Una novela mediática que refleja los aspectos más particulares de la sociedad colombiana y hace una aguda crítica a lagtragedia del país y la idiotez generalizada de los medios de comunicación». Gustavo Tatis Guerra. Diario El Universal, en reseña titulada «Manuel Mejía y su primera novela en Alfaguara». Cartagena de Indias, septiembre 2004.
«El autor produce una ágil novela de lenguaje, de recuperación de las formas del habla colombiana y la española, con sus múltiples variaciones de léxico. Y no volvió es una novela que se inspira en los mejores caminos de nuestra literatura colombiana y en las más clásicas tradiciones españolas». María Dolores Jaramillo. Revista Al Margen, Bogotá, diciembre de 2004.
«… narrada en un lenguaje sencillo, cómodo para cualquier lector, sin tantos remitentes, pies de páginas ni arabescos, y con un contagioso sentido del humor». Ricardo Rendón. Diario El Espacio, en entrevista titulada: «Me seducen la banalidad, lo «light» y las chicas hermosas». Bogotá, septiembre 2004.
Sobre Serpentinas tricolores:
Revista de libros, Madrid, (Max Gurian) en edición de octubre del 2009, en reseña titulad: «Bolsa de papel»:
«Serpentinas tricolores es el relato de una victoria política que se transforma en el velatorio inconsciente de sus protagonistas y en una zumbona de las instituciones que las amparan».
«Con humor y amenas intervenciones de un narrador caprichoso, Manuel Mejía trama una sátira sobre la democracia colombiana que pone en cuestión los mecanismos de legitimación y el carácter representativo de un sistema sustentado en el intercambio de favores indebidos y en la parasitosis privada de las arcas públicas. Serpentinas tricolores juega a hacer bolas de papel «con la buena imagen del país» y constituye así un relato paródico contra el Estado corrupto (de las cosas) dedicado a la buena gente de las ONG».
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