Miguel de Cervantes Saavedra
Retrato atribuido a Juan de Jáuregui (c. 1600).
Fragmento de «La cueva de Salamanca«, Entremés:
«… (llama la puerta el Estudiante Carraolano, y, en llamando, sin esperar que le respondan, entra.)
LEONARDA. Cristina, mira quién llama.
ESTUDIANTE.Señoras, soy yo, un pobre estudiante.
CRISTINA.Biense os parece que sois pobre y estudiante, pues lo uno muestra vuestro vestido, y el ser pobre vuestro atrevimiento. ¡Cosa estraña es ésta, que no hay pobre que espere a que le saquen la limosna a la puerta, sino que se entran en las casas hasta el último rincón, sin mirar si despiertan a quien duerme, o si no!
ESTUDIANTE.Otra más blanda respuesta esperaba yo de la buena gracia de vuestra merced, cuanto más que yo no quería ni buscaba otra limosna, sino alguna caballeriza o pajar donde defenderme esta noche de las inclemencias del cielo, que, según se me trasluce, parece que con grandísimo rigor a la tierra amenazan.
LEONARDA. ¿y de dónde bueno sois, amigo?
ESTUDIANTE. Salmantino soy, señora mía; quiero decir que soy de Salamanca. Iba a Roma con un tío mío, el cual murió en el camino, en el corazón de Francia. Vine solo; determiné volverme a mi tierra: robáronme los lacayos o compañeros de Roque Guinarde en Cataluña, porque él estaba ausente; que, a estar allí, no consintiera que se me hiciera agravio, porque es muy cortés y cometido, y además limosnero. Hame tomado a estas santas puertas la noche, que por tales las juzgo, y busco mi remedio.
LEONARDA. ¡En verdad, Cristina, que me ha movido a lástima el estudiante!
CRISTINA. Ya me tiene a mí rasgadas las entrañas. Tengámosle en casa esta noche, pues de las sobras del castillo se podrá mantener el real; quiero decir, que en las reliquias de la canasta habrá en quien adore su hambre; y más, que me ayudará a pelar la volatería que viene en la cesta.
LEONARDA. ¿Pues cómo, Cristina, quieres que metamos en nuestra casa testigos de nuestras liviandades?
CRISTINA. Así tiene él talle de hablar por el colodrillo, como por la boca. —Venga acá, amigo: ¿sabe pelar?
ESTUDIANTE. ¿Cómo si sé pelar? No entiendo eso de saber pelar, si no es que quiere vuesa merced motejarme de pelón; que no hay para qué, pues yo me confieso por el mayor pelón del mundo.
CRISTINA. No lo digo yo por eso, en mi ánima, sino por saber si sabía pelar dos o tres pares de capones.
ESTUDIANTE. Lo que sabré responder es qeu yo, señoras, por la gracia de Dios, soy graduado de bachiller por Salamanca, y no digo…
LEONARDA. Desa manera, ¿quién duda sino que sabrá pelar no sólo capones, sino gansos y avutardas? Y, en esto del guardar secreto, ¿cómo le va? Y, a dicha ¿[es] tentado de decir todo lo que vee, imagina o siente?
ESTUDIANTE. Así pueden matar delante de mí más hombres que carneros en el Rastro, que yo desplegue mis labios para decir palabra alguna.
CRISTINA. Pues atúrese esa boca, y cósase esa lengua con una agujeta de dos cabos, y amuélese esos dientes, y éntrese con nosotras, y verá misterios y cenará maravillas, y podrá medir en un pajar los pies que quisiere para su cama.
ESTUDIANTE. Con siete tendré demasiado: que no soy nada codicioso ni regalado… »
Diálogo entre Babieca y Rocinante
B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miraldo enamorado.
B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis. R. Es que no como.
B. Quejaos del escudero. R. No es bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?