Gutierre de Cetina, el poeta del amor

Image Hosted by ImageShack.usRetrato de Francisco Pacheco

A principios del siglo XVI, nació en Sevilla Gutierre de Cetina (el año de su nacimiento es confuso, pues hay historiadores que lo datan entre 1514-1517, mientras que otros dan como fecha probable 1520 o 1510, fecha esta última dada por el historiador don Narciso Alonso de Cortés). Nació en el seno de una familia que vivía en el centro de la judería sevillana y que buscó fortuna en Ultramar, concretamente, en las Indias de Nueva España. La situación familiar gozaba de economía holgada tanto po los bienes que poseían como por sus actividades en el campo del comercio y la administración. Pertenecían a esa clase media urbana que Dominguez Ortiz denominó “caballeros” y que representan un ejemplo del estímulo que la actividad comercial suponía en la ciudad del Guadalquivir, formando parte de la burguesía sevillana que, sin dejar de sentirse hidalga, se entregaba a los negocios y formaban parte de esa clase que daba a la monarquía española los técnicos mejor preparados para encargarse de la administración de la hacienda pública.

Partió pronto de la ciudad natal; pero los años juveniles deben ser reconstruidos hipotéticamente ya que se sabe poco de esa etapa. Se le supone una formación humanística en alguno de los colegios sevillanos de la época y una familiaridad con alguno de los círculos culturales de la ciudad, donde Cetina se aficionó pronto al cultivo de la poesía. Bajo la forma pastoril en boga, el joven poeta, “pastor bélico” y con el sobrenombre de Vandalio, entonó sus quejas amorosas a ese poético padre fluvial que es el río Betis. Las riberas de los ríos eran la localización arquetípica ya desde Petrarca y Garcilaso. Cetina hace lo propio y el Guadalquivir -quizá el río más poetizado de la literatura española- pasa a ser confidente, testigo directo, de su mundo poético-sentimental, en una línea que conduce directamente a Herrera. La destinataria de los versos de esta primera etapa del poeta es una dama, a la que identifica con el nombre de Dórida, y a la que dirige una serie de sonetos dentro de la más típica línea bucólica.

Si la asociación Betis-Dórida ilumina sus juveniles años sevillanos, al abandonar Sevilla, otro escenario, pero bajo el mismo tono poético, será el escenario de un nuevo binomio claramente perceptible en sus versos: Pisuerga-Amarílida. Aunque había hecho un juramento de fidelidad a Dórida y llora la despedida cuando parte hacia Valladolid, allí una nueva dama entra en escena, Amarílida, con la que se vuelve a repetir el mismo trazado vivencial y poético. Frente a la indiferencia y crueldad de Dórida, con Amarílida, la inseguirdad parece ser la nota más destacada. Pero la despedida se impone de nuevo y, si desde Valladolid recordaba a Dórida, una vez fuera de España, añorará las riberas del Pisuerga. Se cumple así una condición que entra dentro de los cánones del petrarquismo: el tópico presencia/ausencia y su complementario bien pasado/mal presente.

Ha sido la propia obra de Cetina la que, bajo los convencionalismos del género, ha ido marcando las pautas para conocer la vida del poeta: de las orillas del río Betis a las del Pisuerga y de allí a las del Po y del Tessin. Éste es el destino itinerante del soldado que va a Italia y donde, dedicado al arte militar, gastó en esta profesión los años de juventud. Valladolid, lugar de asiento de la corte, es el paso previo (el soneto al duque de Sessa confirma su estancia allí, 1537); pero un año después está en la península italiana en donde permanece durante diez años y de allí parte a los campos de batalla europeos en los que entra en acción en la cuarta guerra entre Carlos V y Francisco I. En esta trayectoria, hay que intercalar el primer viaje que realiza a México en 1546. la vida de Cetina discurre alrededor de las cortes italo-españolas, según un modelo cortesano y militar previsto.

Hay testimonios abundantes de su amistad con los príncipes de Molfeta. Ella, doña Isabel de Capua, fue confidente en muchas ocasiones de las cuitas amorosas del poeta; él, don Fernando de Gonzaga, fue el principal protector de Cetina durante su época italiana. Y junto a Gonzaga se encuentra Francisco Duarte jugando también un papel importante como introductor del poeta en Italia.

Durante su estancia en tierras italianas, escribió sus dos sonetos a los muertos en Castinovo. Allí ocurrió un suceso que quedó marcado en el poeta: en Castinovo quedó una guarnición cuyos hombres demostraron su heroismo cuando la plaza cayó después de una sangrienta catástrofe. El valor de aquellos soldados españoles, que con su acción protegían las costas italianas, fue cantada con vibrante emoción por el poeta napolitano Luigi Tansillo. Es posible que, a imitación de sus tres sonetos, surgieran los de Cetina, esto suponiendo que él mismo no fuera espectador del trágico escenario en donde los cuerpos de aquellos hombres permanecían sin enterrar.

Las acciones militares le dan ocasión para composiciones panegíricas, establecidas bajo el patrón común de las armas y las letras, dedicadas al duque de Sessa; al príncipe de Ascoli; a don Juan de Guevara… En ellos aparece la orientación del poeta cortesano, del hombre que en los entreactos guerreros frecuentaba la vida surgida al amparo de los grandes señores y galanteador de importantes damas.

De Italia regresa por mar a Barcelona y de allí se traslada a su ciudad natal; pero ya no la describe igual, sino con denuncia, resaltando los vicios y defectos de una vida urbana dominada por la ambición, la envidia y la murmuración. Así lo dice en una carta a Baltasar de León (Baltasar del Alcázar).

Murió joven, en México, Puebla de los Ángeles, 1557. Sus últimos años, desconocidos en su continuidad, están truncados por un final trágico. Equivocadamente, es herido en cara y cabeza por hombres encubiertos que perseguían por cuestión de celos a su amigo Francisco Peralta, con quien había salido a dar un paseo. Final aventurero en un lance propio de comedia de capa y espada para una vida no escasa en aventuras.

Fue un poeta petrarquista cuyos versos emanan sentimientos porque ellos son la causa.

Su obra viene marcada por la diversidad. Escribió dos obras en prosa: “Diálogo entre la cabeza y la gorra” y la “Paradoja en alabanza de los cuernos”; ensayó algunos poemas de corte cancioneril en continuidad con la tradición hispánica del octosílabo; en su obra italianizante fue intérprete del medio epistolar (con amplia cabida para la sátira) y de la quintaesencia sutil del petrarquismo en sonetos, madrigales o canciones. Une a la influencia la enorme deuda con la raíz hispánica representada por Ausias March, cuya influencia en la poesía española del Siglo de Oro es bien conocida, y Cetina llega a ser el poeta castellano más “ausiasmarquesco” de esta época.

Petrarca había creado un lenguaje poético que explicitaba una nueva sensibilidad que el devenir cultural siguiente confirmó con las aportaciones del Renacimiento. Las teorías del amor, contenidas en el “Canzoniere”, adquieren rango filosófico con el creciente neoplatonismo florentino, al tiempo que sirven de código ideal para una sociedad establecida bajo la norma cortés y señoril, presidida por la exquisitez y la galantería. Los análisis introspectivos, la contemplación de la naturaleza, en reviviscencia del viejo mito arcádico (Virgilio a través de Sannazzaro y su “Arcadia”) fueron los grandes motivos entonados por los poetas italianos surgidos a la sombra de Petrarca.

Se ha visto en Cetina un punto de unión con el grupo sevillano de la segunda mitad del siglo XVI e, incluso, un precedente del Barroco en síntomas estilísticos, en motivos temáticos (sueño como autoengaño o el fluir del tiempo). Todo esto resalta la significación de este poeta que no ha sido reconocido siempre así quizá por la sombra proyectada sobre el resto de su obra por el famoso madrigal “Ojos claros, serenos”. Cetina que introdujo en España esta forma italiana, tuvo el acierto de crear uno que modelizó para siempre el género.



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De la incierta salud desconfiado,
mirando cómo va turbio y furioso
Betis corriendo al mar, dijo lloroso
Vandalio, del vivir desesperado:

«Recibe, ¡oh caro padre!, este cansado
cuerpo de un hijo tuyo, deseoso
de hallar en tus ondas el reposo
que negó la fortuna a mi cuidado.

Haz, padre, que estos árboles que oyendo
la causa de mi muerte están atentos,
la recuenten después de esta manera:

‘Aquí yace un pastor que amó viviendo;
murió entregado a Amor con pensamientos
tan altos, que aun muriendo, amar espera».


* * *


Para ver si sus ojos eran cuales
la fama entre pastores extendía,
en una fuente los miraba un día
Dórida, y dice así, viéndolos tales:

«Ojos, cuya beldad entre mortales
hace inmortal la hermosura mía,
¿cuáles bienes el mundo perdería
que a los males que dais fuesen iguales?

Tenía, antes de os ver, por atrevidos,
por locos temerarios los pastores
que se osaban llamar vuestros vencidos.

Mas hora viendo en vos tantos primores,
por más locos los tengo y más perdidos
los que os vieron si no mueren de amores.»


* * *


Con ansia que del alma le salía,
la mente del morir hecha adivina,
contemplando Vandalio la marina
de la ribera bética, decía:

«Pues vano desear, loca porfía,
a la rabiosa muerte me destina,
mientras la triste hora se avecina,
oye mi llanto tú, Dórida mía.

Y si tu crüeldad contenta fuese,
por premio de esta fe firme y constante,
que sobre mi sepulcro se leyese,

no en letras de metal, mas de diamante,
‘Dórida ha sido causa que muriese
el más leal y el más sufrido amante’.»


* * *


¡Ay, mísero pastor!, ¿dó voy huyendo?
¿Curar pienso un ardor con otro fuego?
¡Cuitado!, ¿adónde voy? ¿Estoy ya ciego
que ni veo mi bien ni el mal entiendo?

¿Dó me llevas, Amor? Si aquí me enciendo,
¿tendré do voy más paz o más sosiego?
Si huyo de un peligro, ¿a dó voy luego?
¿Es menor el que voy hora siguiendo?

¿Fue más ventura el Betis, por ventura,
que era agora Pisuerga? ¿Aquél no ha sido
tan triste para mí como ese agora?

Si falta en Amarílida mesura,
¿cómo la tendrá Dórida, sabido
que llevo ya en el alma otra señora?


* * *


El más alto y más dulce pensamiento
del cuidado mayor, que más quería,
un sospiro secreto en que abscondía
la hermosa ocasión de su tormento,

todo cuanto favor, cuanto contento
tuvo jamás, cuanto tener podría,
Vandalio, pastor bético, ofrecía
al Amor, muy lloroso y descontento.

«Señor -dijo al fin- si el sacrificio
miras cuál puede ser que mayor sea,
si a la intención tú sabes bien mi historia,

sólo te pido, en premio del servicio,
la salud de Amarílida: no vea
el mundo así perder su mayor gloria.»


* * *


Horas alegres que pasáis volando
porque, a vueltas del bien, mayor mal sienta;
sabrosa noche que, en tan dulce afrenta,
el triste despedir me vas mostrando;

importuno reloj que, apresurando
tu curso, mi dolor me representa;
estrellas, con quien nunca tuve cuenta,
que mi partida vais acelerando;

gallo que mi pesar has denunciado,
lucero que mi luz va oscureciendo,
y tú, mal sosegada y moza aurora,

si en vos cabe dolor de mi cuidado,
id poco a poco el paso deteniendo,
si no puede ser más, siquiera un hora.


* * *


Aires süaves, que mirando atentos
escucháis la ocasión de mis cuidados,
mientra que la triste alma acompañados
con lágrimas os cuenta sus tormentos,

así alegres veáis los elementos,
y en lugares do estáis enamorados
las hojas y los ramos delicados
os respondan con mil dulces acentos.

De lo que he dicho aquí, palabra fuera
dentre estos valles salga, a do sospecha
pueda jamás causarme aquella fiera.

Yo deseo callar, mas ¿qué aprovecha?:
que la vida, que ya se desespera,
para tanto dolor es casa estrecha.


* * *


Triste avecilla que te vas quejando
por feos ramos y por turbias fuentes,
pues que no son mis males diferentes,
vente agora aquí do estoy llorando.

Verásme de pesar desesperando,
de placer apartado y de las gentes,
después que aquellos ojos son ausentes,
por quien vivo muriendo y sospirando.

Tú lloras tu soledad y yo la mía:
consolémonos los dos pues que tenemos
una mesma razón de estar muriendo.

Y aquí, desamparados de alegría,
por aquestos desiertos andaremos
en llantos tristes contino gimiendo.


* * *


Alma del alma mía, ardor más vivo,
extremo de beldad única y rara,
ejemplo de valor por quien tan cara
la vida me es, de que antes era esquivo.

Fuera el decir cómo el concepto altivo
¡oh mi musa crüel!, menos avara
viérades, si en el mundo se os mostrara
cuanto de vos dentro del alma escribo.

Mas, ¿qué puedo hacer si amor me inspira?:
cantar vuestro valor alto y divino
al son desta vulgar, rústica lira.

No saber más mis versos de un camino:
esto me dicta aquél que a amar me tira,
por pensada elección, no por destino.


* * *


Amor mueve mis alas, y tan alto
las lleva el amoroso pensamiento,
que de hora en hora así subiendo siento
quedar mi padescer más corto y falto.

Temo tal vez mientra mi vuelo exalto,
mas llega luego a mí el conoscimiento
y pruébase que es poco en tal tormento
por inmortal honor un mortal salto.

Que si otro puso al mar perpetuo nombre
do el soberbio valor le dio la muerte,
presumiendo de sí más que podía,

de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre
que si al cielo llegar negó su suerte,
la vida le faltó, no la osadía.»


Mara Romero Torres


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