“Ojos claros, serenos…”
Desde dos ventanas que reflejan la mirada del alma, se miran los efectos de las causas de la vida. Todo parte de la percepción que mueve al sentimiento. La manera de decir tiene su base en la forma de entenderlo y de destilar cada uno de sus latidos. Alejarse del sentimiento, para cantarlo, no hace inmune al poeta. Sí hace que surjan nuevas formas de interpretación; pero en la metáfora subyace la esencia de ese motor universal del que nadie puede huir: principio y fin del ser humano. La poesía sin sentimiento no es poesía; pues, hasta para alejarse, hay que sentir. Da lo mismo que los versos nazcan del calor o del frío, la poesía es poesía cuando lleva alma -la del que escribe- y es así como, irremediablemente, llega al alma -la de quien la lee- y adquiere inmortalidad en su belleza y empatía.
Sabiendo la técnica para hacer poesía, se puede fabricar una composición que llegue a ser más o menos aceptable y aceptada; pero no perdurará en el tiempo, se cubrirá de polvo cuando pase la euforia de la novedad, para que se haga eterna debe llevar los ingredientes de la eternidad y esos ingredientes laten, en germinación permanente, en el legado del alma, dentro de ese animismo que jamás podrán derrocar los tiempos y que vive innato en el sentido del Ser Humano.
La Poesía existe cuando la canta el alma del poeta que la mira y el Poeta es el mago que elabora y destila la alquimia del origen del que todos venimos y al que olvidamos que vamos. Está presente en cada ahora y en todos los siempre. Para verla, conocerla y reconocerla, basta con tener limpio el cristal de la retina que conecta con la vida de la naturaleza exterior, la que nos rodea y envuelva en el sentido y sentir de nuestra propia naturaleza interior.
Para ser poeta, sencillamente, hay que aprender a sentir las pequeñas cosas de la vida y comprender que son ellas las que dan la grandeza. De esta manera se puede entender que una mirada frene un naufragio. Permitir que alma, mente y corazón mediten, tomadas de la mano, da como resultado el licor eterno que mueve y conmueve como este poema, cante de amor, que a continuación rememoro y que rasgó los límites del tiempo llevando en sus señas de identidad la magia secreta del siete y del once sobre la base-raíz de Madre: Ser que en la Poesía del Universo es Creación.
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«Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.»
(Madrigal de Gutierre de Cetina)
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Madrigal: composición poética que da como resultado un breve poema lírico formado por un número variable de versos -generalmente entre ocho y quince- de siete y once sílabas (heptasílabo y endecasílabo respectivamente) distribuidos libremente por el poeta, a la manera de la silva1, que riman en consonante y en donde puede quedar algún verso suelto. El término es de origen italiano (madrigale) y su etimología es dudosa, quizá proceda del latino matricalis. El tema de esta composición suele ser amoroso y, a veces, se encuentra enmarcado en un ámbito pastoril, pero siempre es tratado de una forma graciosa y delicada. Surgió en Italia en el siglo XIV y aparece asociado al canto. En este aspecto, se trataba de una «composición musical polifónico-vocal, sobre textos poéticos muy refinados, tanto por su lenguaje como por su contenido, sin ninguna clase de estribillo; con música para toda la letra y con dominio del estilo imitativo, a semejanza del motete2..» (S. Rubio, 1983). En los siglos XVI y XVII se publican varios libros con estas composiciones musicales entre los que cabe destacar a autores como P. de Alberch Vila (1561), P. Valenzuela (1578), J. Brodieu (1582), P. Ruimonte (1614), entre otros.
Grandes cultivadores de este tipo de poema fueron Petrarca, Ariosto y Sannazzaro en Italia; Mellin de Saint-Gelais, V. Voiture, Ch. Cotin y L. des Bensserade en Francia; en España, Barahona de Soto, F de medrano, P. de Espinosa y, sobre todo, Gutierre de Cetina, autor del poema que nos acompaña en este capítulo de Poesía y que está considerado como un modelo perfecto de este tipo de composición poética.
El madrigal siguió cultivándose en Francia hasta el siglo XVIII. Lo encontramos en Fontenelle, A. Houdar de La Motte y Voltaire. En España dio paso a los poemas anacreónticos3 y volvió a aparecer en el sigo XX, aunque ya no con temas amorosos exclusivamente. Ejemplos de esta reaparición del madrigal en España los tenemos en el « Madrigal de ausencia», de Juan Ramón Jiménez y «Madrigal al billete del tranvía», de R. Alberti.
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1 – Silva: Serie indefinida de versos endecasílabos y heptasílabos, combinados libremente por el poeta, que riman en consonante; algunos versos pueden quedar sueltos.
2 – Motete: Breve composición musical para cantar en las iglesias, que regularmente se forma sobre algunas palabras de la Escritura.
3 – Anacreóntica: Poema en el que se exaltan los placeres sensuales procurados por el goce estético de la naturaleza, la degustación de la comida y la bebida (el vino, especialmente) y la vivencia del amor. Iniciado por Anacreonte, poeta griego, y asimilado por los latinos (Catulo, sobre todo) y por los representantes de la poesía helenística alejandrina, será imitado nuevamente por algunos poetas del Renacimiento.
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Mara Romero Torres