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Ene 20 15

Ignacio Ramón Martín Vega, España

Ignacio Ramón Martín Vega 1

 

Ignacio Ramón Martín Vega, nació en Zaragoza, España, el 17 de julio de 1961. Desde 1971 reside en Alcalá de Henares, Madrid. Pertenece a la Asociación de Escritores de Madrid, de la que es miembro activo. Lleva 30 años trabajando en seguridad privada y lo lleva a escribir un hecho insólito: un día estaba escuchando el mítico programa de radio La rosa de los vientos, de Onda Cero, y Juan Antonio Cebrián pide a los oyentes que les envíen micro relatos de terror para hacer una selección y emitir los mejores. Ignacio Ramón escribe un relato y lo envía y, para su sorpresa, es seleccionado y lo emiten.

Publica su primer libro, Soy alcohólico, historia de una enfermedad, en febrero de 2011. En esta novela, aborda el cómo es la rehabilitación de alguien que lo tiene todo perdido y que acude a una asociación de alcohólicos rehabilitados. Muestra cómo ese alguien recupera su vida y su dignidad. La revista española de drogodependencia escribió una reseña que empujó en la difusión del libro: una novela que, siendo ficción, se enriquece de la experiencia de su autor que pasó por un proceso similar en su vida. Él mismo confiesa que hace siete años que dejó de fumar, de beber y otras adicciones y que con ello ha dado un giro a su vida de 180º.

En 2013, publica la novela El sol entre las nubes. En esta ocasión, aborda la problemática de las adicciones y del poli consumo juvenil en tres mujeres. En estos momentos es Terapeuta de grupo y sabe a la perfección cómo es el consumo de los adolescentes y jóvenes. Y, precisamente con este libro, acude a institutos de secundaria y bachillerato para dar charlas de prevención.

El 11 de diciembre de 2014 abandona el tema de las adicciones y se adentra en el género romántico; aunque no abandona el carácter social, que es condición importante dar siempre esa visión, y escribe En el otoño de sus vidas.

Tiene pendiente como planes de futuro, la publicación en abril,  junto a Julia Cortés Palma, (profesora de secundaria de Badajoz) de una novela de corte erótico -romántica. Pero mientras tanto, se suceden las entrevistas en revistas, radio… en el grato recorrido de dar a conocer su labor como escritor.

Fragmentos de En el otoño de sus vidas

(Págs. 14-17)

Penélope

La casa, los hijos, que aunque mayores y emancipados no dejaban nunca de dar problemas. La apatía que sentía por su esposo desde hacía demasiados años provocaba que su vida estuviera anclada en la más absurda de las rutinas emocionales.
Tenía la sensación de haber perdido el tiempo, que más de media vida giraba en torno a las malditas y perniciosas obligaciones de mujer. Siempre forzada por una sociedad machista e intolerante a ser responsable y eficiente, desde la más tierna infancia; siempre sumisa, siempre buena madre y esposa.
Tenía en su mente una idea abstracta, sin contenido concreto, pero en sí mismo, era esperanzador y arriesgado. Era una convicción, algo impreciso; no sabía poner palabras o imágenes a aquel sentimiento. Era como una oración postulante, pero al menos cambiaba su estado anímico proporcionándole cierta esperanza, provocando una tibia e insustancial sonrisa. Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que tenía que poner fin a su deteriorada situación. Su amiga Amelia le insistía una y otra vez en que tenía que hacer algo importante con su vida.
Aún no sabía bien cómo, pero no le preocupaba en exceso, a buen seguro que solucionaría el problema; dejaría fluir el pensamiento dentro de un orden. Lo que bien sabía de sobra era que tenía la necesidad de salir a la calle, de oler, de sentir los contrastes estivales, de reflexionar o simplemente de no pensar. Tenía la teoría de que si le agobiaba una circunstancia, no pensaría reiteradamente en ella; prefería solucionar las contrariedades sin forzar nada. Las dificultades las resolvía en un plano subconsciente, dando la serena apariencia de que se solucionaban por sí solas.
Tomó con cierta premura la novela que comenzó a leer la tarde anterior. Salió decidida a la calle; estaba dispuesta a dejar que el sol le proporcionara la correcta dosis de vitamina D que tanto bien aportaría a su organismo y a su mente, suministrando la serotonina suficiente para percibir esa sensación de anhelada paz y relax que tanto necesitaba. Al salir al exterior y recibir en su ajado rostro la aplacada brisa temprana, decidió que comería fuera de casa. Por las sensaciones térmicas que percibió, aquel día haría el suficiente calor como para tomar un tentempié en algún restaurante con terraza.
Su esposo no regresaría hasta la noche, y Penélope sabía de sobra que era una mujer prudente, de las de antaño, que jamás cometía excesos; así que se podía permitir, sin tener que sentirse culpable, un gasto extra. No pretendería otra cosa que dar un largo y plácido paseo, leer y comer, tal vez en aquel quiosco con terraza situado en el Parque del Retiro. Cuando comenzó a caminar, fue consciente de que tal vez se había arreglado en exceso. Ella solo acostumbraba a hacerlo los domingos y fiestas. Aquel día necesitaba sentirse guapa. Con el ajetreo de la vida, los días de diario se «olvidaba» de su condición de mujer atractiva, mostrando al mundo que ante todo siempre había sido una esposa recatada y una juiciosa madre. Siempre comentaba, dentro del cliché en el que se movía, que para ser una buena ama de casa, también había que adoptar cierto porte de «sencillez» que diera un tono sobrio a sus dominios.
Aquel día se olvidaría de aquellos pensamientos mediocres que de vez en cuando le atormentaban, y optaría por el sosiego de encontrarse a sí misma bajo la atenta mirada de los renglones de su recién estrenado libro.
Penélope, a sus cincuenta y cinco años, aún sentía la necesidad de considerarse persona, mujer joven y creativa, dueña de sus actos; no deseaba languidecer prematuramente en el otoño de su vida, y así sus circunstancias tendrían que provocar la suficiente repercusión en el universo, y por sí mismas podrían estimular un influjo cósmico de inciertos, pero seductores resultados. Deseaba tener total comprensión de su entorno. Ansiaba dejar en el éter un legado inédito, valiente, y que a ella le satisficiera. Se sabía útil y necesaria, y no solo en su perfil más hogareño, sino en su condición de ser humano y mujer del siglo XXI. Estaba un poco harta de que su
familia y amigos la tuvieran conceptuada, ante todo, como una fiel y eficiente esposa y madre, hondamente cariñosa y ejemplar. Tampoco deseaba dar una imagen de sí misma desproporcionadamente actual y fuera de contexto, pues tenía sus propias normas sociales y se debía íntegramente a ellas.
Nunca le gustó que percibiesen en ella a una mujer demasiado moderna, desordenada y extravagante. Pero tenía una concluyente necesidad vital: demostrar al mundo entero que valía, y que no era una mujer entrando en el ocaso de su vida. Tenía la necesidad capital de correr, gritar, reír; por qué no, hacer las mismas cosas que cuando tenía 30 años de edad; mejor dicho, hacer las cosas que no pudo consumar a los 30 años, que por cierto, fueron demasiadas. Todo tipo de ataduras familiares redujeron su existencia a ratos esporádicos y efímeros de buenos momentos entre cuidar hijos y atender su familia. […]

(Págs. 25-28)

Aitor

Habitualmente acontecía más o menos lo mismo. Era una costumbre que no deseaba perpetuar y que comenzaba a incomodarme. Cuando asistía a dar la ponencia a cualquiera de los congresos donde era invitado, me personaba en la ciudad en cuestión al menos con un par de días de antelación. Con el debido esparcimiento, me gustaba pasear plácidamente por sus calles, probar su gastronomía, pisar sus parques, visitar sus museos e iglesias, conocer su arte, y cómo no, sus mujeres. He conocido mujeres de todo tipo y condición, pero nunca he podido, y eso me lo ha recriminado mi hermana en muchas ocasiones, encontrar una mujer que me hiciera sentar definitivamente la cabeza. Hacía tiempo que dejé de asistir a las ciudades por la mañana y abandonarlas por la noche después de mi intervención.
Había veces que los medios de comunicación locales se hacían eco del congreso en cuestión y me invitaban a sus programas de televisión o radio. Cada vez que asistía a Madrid, la cosa cambiaba. La visita a mi hermana pequeña era obligada. Ella, invariablemente, quería que me quedase en su casa a dormir, pero siempre me ha ahogado su conversación y todo su entorno.Mi cuñado es un tocapelotas de tomo y lomo y no puedo soportarle. Cada vez que acudo a la capital del reino, argumento que los organizadores del congreso me alojan en hoteles de cinco estrellas; así tengo la excusa perfecta para realizar la visita relámpago a mi hermana y salir pitando como alma que lleva el diablo.
Normalmente, el hotel donde me hospedo suele tener conexión wifi, y con mi equipaje, viene siempre conmigo mi ordenador portátil; así puedo matar los tiempos muertos entre ponencias, las visitas a los museos, cines, etc. Esta tarde noche asistiré al partido de la Selección Española que se juega en el Santiago Bernabéu.
Aún mantenía en mi retina, con sumo agrado y cierto desconcierto, la experiencia vivida por la mañana. Lo único sensato que se me ocurrió hacer cuando vi que el pesado de mi cuñado estaba en casa con mi hermana fue decirle que me dolía muchísimo la cabeza y que necesitaba perentoriamente pasear y aclararme las ideas para la conferencia. Me dirigí al Parque del Retiro. Siempre que paseaba por aquel sitio fantaseaba con conocer a una mujer, así, a la vieja usanza. Antes, los hombres y las mujeres, bueno, los chicos y las chicas, se conocían en los parques, se enamoraban en los parques, y hasta, si no les pillaba el vigilante, tenían sus primeras relaciones prematrimoniales en los parques. Qué raro se me hace pensar en esa expresión del pasado: «relación prematrimonial». Hace siglos que esa palabra está en desuso, y los más jóvenes seguro que se podrían partir de la risa por la palabreja en cuestión. En mis años mozos, aún recuerdo que había que practicar el sexo a escondidas.
Cuando paseaba tranquilamente por aquel parque sin rumbo fijo y observé a aquella bella mujer, sentí un profundo pinchazo en mi corazón, advirtiendo un ahogo adolescente. Era la mujer más bonita que un hombre paseando por un parque pudiera haber tenido el placer de toparse. Pude sentir en aquel preciso instante la llamada de la atracción a primera vista. Seguro que ella no le daba importancia a su imponente porte, tenía la espalda bien recta y las piernas debidamente cruzadas. Yo, que nunca creí en las paparruchadas de la atracción a primera vista; yo, que siempre he sabido tratar con sobrada elegancia y verborrea a las mujeres, he de reconocer que entre su intensa mirada y alguna sonrisa que lanzó al final de nuestra breve conversación, antes de retirarse, pude sentir eso que jamás había sentido, y que llaman flechazo.
Después del partido del fútbol (por cierto, la Selección Española solventó el encuentro sin ninguna dificultad), no me lo pensé dos veces: estaba cansado, y me dirigí directamente a la habitación del hotel. Ya había merendado algo, lo suficiente para no cenar, ya que luego las noches se me hacen muy indigestas. La televisión no retransmitía nada importante, así que decidí conectar mi ordenador portátil. Apenas eran las once de la noche y no tenía sueño. Lo primero que hice fue abrir mi Facebook, a ver si tenía algún mensaje. Era decepcionante, ese día nadie se había acordado de mí. De repente, me vino a la memoria un nombre; sí, Penélope. Hice varias búsquedas en el Facebook, por si la vida me daba la oportunidad de volver a verla en esemedio. Inconscientemente fui canturreando la canción de Serrat.
Penélope, con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de domingo. Penélope se sienta en un banco en el andén y espera que llegue el primer tren meneando el abanico.
No me quedó más opción que parar de canturrear; era gracioso, pero noté algo especial en la boca de mi estómago cuando lo recité. Tuve la necesidad imperiosa de verla de nuevo y eso no podía ser nada bueno; pero al día siguiente me perdería la ponencia de mi colega Martín Moral, que por cierto, es el mejor cardiólogo de este país de largo, mucho mejor que yo, En el otoño de sus vidas a años luz de distancia. Creo que merecería la pena perderme la ponencia de mi colega si al día siguiente volvía a ver a Penélope en el Parque del Retiro. […]

 

Enlaces

Asociación de Escritores de Madrid

Microrelato, El duelo: la rosa de los vientos

Artículo en Revista Española de Drogodependencias

Ponencias, entrevistas en TV

Página de El sol entre las nubes

Entrevista en FARE (Federación Española de Alcohólicos rehabilitados), El sol entre las nubes,  en págs 12 y 13

Entrevista realizada por Marta García en Onda Cero, Alcalá de Henares

Página de En el otoño de sus vidas

 

 

Vídeos:

De Soy alcohólico

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Booktrailer de El sol entre las nubes

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Fotos

 

 

 

 

¡Bienvenido a A. C. Arte Fénix, Ignacio Ramón! Todo un honor tenerte en este espacio de cultura universal. 

Mara Romero Torres